Cuando el gran ensayista Edward Said (1935- 2003) publicó‘La cuestión palestina’, defendió la tesis de un Estado binacional compuesto por israelíes y palestinos. Por reconocer y defender la existencia del Estado de Israel, Said recibió los más feroces ataques de Al Fatah y el Frente Popular para la Liberación de Palestina. Los extremos nunca han entendido el matiz de la razón crítica.
En artículo publicado en octubre del 2002, el profesor de las universidades de Columbia, Harvard y Yale sostuvo que “toda la cuestión de la guerra contra el terrorismo ha permitido a Israel y a quienes lo apoyan cometer Crímenes de Guerra contra la población palestina de Cisjordania y Gaza”. Y mencionaba la cifra de 3,4 millones de víctimas, “que se han convertido (…) en daños colaterales de no combatientes”. Es decir, de civiles.
Mientras tanto, la Alemania oficial callaba. Y este es uno de los matices de la complicidad internacional en medio del extremismo que ha acompañado a las relaciones de Israel con sus enemigos árabes. Así que en este contexto se inscribe la polémica desatada por el escritor alemán Günter Grass al publicar en Die Süddeutsche Zeitung y otros periódicos su poema Lo que hay que decir.
Una tormenta de lodo le cayó desde muy alto: el escritor fue declarado persona non grata por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien señaló “la vergonzosa equivalencia de Grass entre Israel e Irán, un régimen que niega el Holocausto y amenaza con aniquilar Israel”.
La razón de Estado de Netanyahu está en el extremo opuesto de las razones del novelista alemán, a quien le vuelven a enrostrar su militancia en las SS a la edad de 17 años, algo que él mismo reconoció en desgarrada confesión autobiográfica. Ahora es víctima de una confusión deliberada y bastante frecuente: dar a entender que los desacuerdos con el gobierno israelí son un ataque al pueblo judío. El argumento de Netanyahu es delirante y demagógico. Miente al decir que Grass desconoce la existencia del Holocausto y, por lo mismo, que en la crítica de su poema está hablando otra vez, 67 años más tarde, el adolescente que se alistó voluntariamente a las SS hitlerianas.
Grass no es el primer intelectual alemán que expone la existencia del chantaje moral que ha obligado a los gobiernos de ese país y, en general, a sus ciudadanos a tragarse el sapo de crímenes y agresiones del Estado de Israel que quiere presentarse como “ataque preventivo” que destruiría a una nación. La culpa histórica parece haberse vuelto imperecedera, pero Grass entiende que esa culpa no se paga de manera vitalicia con silencio. No ha dicho nada que no podría haber dicho otra personalidad europea: Israel, “potencia nuclear, pone en peligro una paz mundial ya de por sí quebradiza”.