Una niña ecuatoriana muere colgada del tubo de una cortina de baño en un albergue para migrantes en México. Encuentran el cadáver descompuesto de un menor guatemalteco en el desierto en Texas.
Indígenas mexicanos lloran desconsolados al enterrar los restos de su hijo, enviados desde Estados Unidos. Son estampas recientes de una crisis humanitaria que lleva decenios y se agrava. Unos 50 000 niños no acompañados han llegado a Estados Unidos en lo que va del año, el doble que en 2013.
La mayoría son centroamericanos que huyen de la violencia o buscan a sus padres. Le siguen mexicanos y unos pocos sudamericanos, como la ecuatoriana Noemí Álvarez de apenas 12 años, quien viajó acompañada de desconocidos más de 10 000 kilómetros desde su hogar para ser finalmente detenida en México y enviada a un albergue donde al parecer se suicidó.
Visito este mes México, donde ejercí el periodismo por casi 15 años, y encuentro que muy poco ha cambiado la problemática de los migrantes que intentan atravesar este país y colarse por algún punto hacia Estados Unidos. Surgen noticias tristes sobre el tema y las autoridades vuelven a prometer cambios para atenuar en algo el infierno de muerte, violaciones, secuestros, mutilaciones y robos que significa para muchos y desde hace decenios atravesar México.
En el norte, Barack Obama, quien llegó a la presidencia prometiendo que atenderá la problemática migrante, vuelve a hacerlo, pero lo cierto es que durante su mandato se ha detenido y deportado como nunca antes a indocumentados y la ofrecida reforma migratoria no llega. Además, en su país continúan los abusos y las muertes de latinoamericanos que viajan sin documentos.
El Gobierno de México indica que propondrá a la OEA trazar un plan para proteger a los menores migrantes y acaba de tratar el asunto con el Gobierno de Guatemala. Es difícil concluir que ahora sí habrá cambios. Ofertas, medidas y discursos relacionados a este drama se los viene llevando el viento desde hace mucho tiempo.
Mientras permanezca el enfoque represor de la migración en Estados Unidos y, por presiones de ese país, en México, poco va a cambiar. La violencia y pobreza, sobre todo en América Central, está expulsando a miles de personas. También anima el fenómeno los lazos familiares de tanto latinoamericano que ya vive en el país del norte.
Bien ha hecho el Gobierno de Ecuador en enviar en estas fechas a México a una funcionaria de alto nivel para exigir se aclare la muerte de Noemí y tratar de conocer algo de la suerte de 21 de sus compatriotas migrantes que permanecen desaparecidos desde 2009, cuando partieron hacia Estados Unidos.
La muerte de la niña ecuatoriana, cuyos padres viven como indocumentados en el Bronx de Nueva York, debe aclararse, pues, conociendo tanto a ntecedente de abuso contra migrantes en México, queda la duda de si efectivamente lo suyo fue un suicidio. El drama continuará.