ftinajero@elcomercio.org
En 1655 Londres fue asolada por la “gran peste”. Daniel Defoe tenía entonces cinco años, pero pasaba ya de los setenta cuando se valió de los apuntes que había hecho un tío suyo, para escribir un relato de aquel flagelo como si fuera el reportaje de un testigo, y con tal apariencia de autenticidad, que llegó a incluir las estadísticas de los enfermos y los muertos.
Doscientos noventa y nueve años después, un joven escritor quiteño que se oculta detrás de un cartón de economista, ha publicado un brevísimo libro (casi diría que es un cuaderno) en el que presenta el diario ficticio de un profesional muy parecido al autor, cuyas preocupaciones pasan por su cabeza durante sus desvelos. Se trata de un texto que narra en primera persona cinco días del mes de mayo de 2020 – es decir, cinco días de nuestro año de la peste.
José Hidalgo Pallares se llama este joven escritor, y como le conozco dudo mucho que haya leído “A journal of the plague year” de Defoe. Es más creíble que en “Los desvelos” trasladó al papel directamente su experiencia familiar y laboral durante los días más atroces del confinamiento, cuando la preocupación por los riesgos de contagio se encuentra magnificada por las restricciones de movilidad, las complicaciones del teletrabajo, la fragilidad del equilibrio emocional en el ambiente de un hogar donde el encierro exacerba las tensiones y pone a los niños al borde del estallido. El tono coloquial, aparentemente ajeno a toda voluntad de estilo, reproduce exactamente el habla que se ha impuesto desde hace muchos años en el lenguaje quiteño de la clase media, y contribuye poderosamente a dar el aire de autenticidad al relato. Parecería que no hay propiamente en esas páginas un acto creativo, sino apenas la disciplina de registrar día por día las preocupaciones de alguien que debe atender al mismo tiempo el berrinche de los niños, la fragilidad de la relación con su pareja y los problemas derivados de la reducción de los salarios. Pero un repaso minucioso de un pasaje cualquiera, por pequeño que haya sido nuestro trato con los textos literarios, revela que detrás de esa autenticidad, que es indiscutible, hay también un acto creador. No se trata solamente del registro puro y simple de los menudos acontecimientos que van haciendo la vida familiar: se trata de una selección de hechos, de una dosificación al presentarlos, de una tensión interior que hace del conjunto un todo armónico que sin embargo se construye sobre una constante sensación de resquebrajamiento.
Que yo sepa, este es en el Ecuador el primer resultado literario de la dolorosa experiencia que está viviendo el mundo. Un resultado que me permite renovar la fe en nosotros mismos: por dura que sea la realidad, por grandes que sean los riesgos que nos esperan, sabemos con certeza que tenemos un futuro, porque aún hay entre nosotros talentos creadores como el de José Hidalgo.