Es viernes por la mañana y Carlos, ejecutivo de una empresa inmobiliaria de la capital chilena, se levanta sabiendo que, como en toda víspera de fin de semana, trabajará hasta más temprano y luego partirá a la costa del océano Pacífico junto a su esposa y sus tres hijas.
A la misma hora y al otro lado de Santiago, Pablo, tercero de cuatro hijos de una familia campesina ahora afincada en esta ciudad, está desde el amanecer en faenas de carga y descarga de reses en un frigorífico en el que debe cumplir nueve e inamovibles horas diarias. Carlos gana en promedio el equivalente a USD 6 000 por mes, casi 17 veces más que el salario mínimo que percibe Pablo, igual a USD 364.
Ambos son ciudadanos de Chile, un país que lleva décadas declarado como el “milagro latinoamericano” por la pujanza de su economía y la reducción de la pobreza, pero donde la brecha entre ricos y pobres sigue siendo una de las más amplias de América Latina, que, a su vez, es la región más desigual del mundo.
Eso explica por qué el gobierno de Sebastián Piñera celebró las cifras de ingresos de ricos y pobres, publicadas el 24 de julio en la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen).
Los datos sostienen que la diferencia entre lo que perciben los sectores más ricos y más pobres cayó de 46 veces en 2009 a 35 veces en 2011. Si a eso se agregan las ayudas estatales, como bonos y subsidios para los más vulnerables, “esta desigualdad se achica: en 2009 era 25 veces la diferencia, y en 2011 se redujo a 22 veces”, dijo el Mandatario.
Así como el dinero está lejos de ser la respuesta única al bienestar humano, la diferencia de salarios no alcanza para explicar la desigualdad. Carlos vive en una casa amplia de cinco dormitorios y tres baños en la acomodada comuna de Las Condes, al oriente de Santiago. Pablo habita una pequeña vivienda en la comuna de Lo Prado, al poniente. En dos ambientes construidos y otros dos prefabricados se apiñan él, su madre, una hermana menor, su pareja y sus dos hijos, de uno y cuatro años. En el invierno austral, la familia se calienta con braseros improvisados, la manera más económica de evitar el frío, pero también peligrosa por los frecuentes incendios que causa.
El producto interno bruto de Chile creció más de 20% entre 2006 y 2011; la pobreza afecta a 14,4% de sus 17 millones de habitantes y la indigencia a 2,8%.
Pero, a la alegría oficial, se oponen voces calificadas. “Estamos atrapados en los números y tenemos poca mirada en cuanto a calidad de vida”, señala el antropólogo Mauricio Rojas. “Donde se refleja la pobreza es en el acceso a la educación, la salud, la previsión, que deberían ser los roles esenciales del Estado”.