La historia reciente del Ecuador se caracteriza por una suma de eventos aislados donde, la carencia de un proyecto común definido con antelación por la propia sociedad, ha sido la constante. La gran transformación desatada a partir del ‘boom’ petrolero de los setenta dejó como herencia un país con una nueva integración social. Una clase media emergente, que creció y se educó bajo la influencia de los sacudones políticos del continente, quedó marcada para reproducir un pensamiento que pudo haber servido para muchas cosas menos, por sus recelos y dogmas, para generar bienestar. La sociedad rentista sufrió un duro revés con la crisis de los ochenta que terminó por denominarse la “década perdida”. Pero el Ecuador, que durante los noventa debió soportar los avatares de un conflicto bélico, hecho sumado a otros factores como la crisis asiática y la caída de varias instituciones financieras que habían sido alegremente manejadas por sus administradores, terminó en un hoyo que le significó la pérdida de cerca del 40% de su PIB, con las consecuentes crisis políticas y sociales que se desataron a causa de aquello. Con la economía dolarizada, la recuperación demoró menos de lo estimado para -a finales de esta última década- reencontrar la bonanza en un segundo ‘boom’ cuya duración en el tiempo para todos es una incógnita.
Auges y caídas han marcado estas 4 décadas. Tumbos y sobresaltos. En ningún caso ha surgido un proyecto de país ni tampoco ha habido un grupo que lo ha propuesto, que delinee lo que deberíamos construir en mediano y largo plazo. Sin duda han aparecido liderazgos pero de ninguna manera han logrado proyectar un objetivo compartido puesto que quizás como en ninguna otra época de la historia, el país se halla fraccionado entre los que apoyan una propuesta política y los que, por otro lado, la combaten.
No ha existido la convocatoria a construir un país en conjunto, alcanzando acuerdos mínimos que nos proyecten a derrotar a nuestro enemigo en común: la pobreza, a fin de poder incorporar a vastos sectores de la población a los beneficios del desarrollo. La manera de hacerlo es a través del crecimiento económico permanente y sostenido, con elevadas dosis de equidad. Creando círculos virtuosos que atraigan inversión, generen empleo y se logre inclusión social. No hay otra manera salvo que se quiera enervar las libertades copiando modelos que, en mediano plazo, terminan en rotundos fracasos.
Ese debe ser el desafío del presente y mañana de quienes conformamos esta nación. Nadie puede quedar al margen. Administradores y administrados, trabajadores y empresarios, estudiantes y académicos. Ningún sector puede excluirse de crear un futuro para las nuevas generaciones, para ese conglomerado de niños y jóvenes que sueñan en una tierra de oportunidades, donde anhelan vivir apegados a sus tradiciones sin emigrar para satisfacer sus necesidades. La verdadera manera de construir país.