J. Esteban Guarderas habla de frente, aunque decir lo que debe decir no resulte fácil en ambientes cargados de un feminismo radical, de reivindicaciones que ofenden y avergüenzan a personas sensatas que odian pretensiones falsas, importancias sacadas del bolsillo de aduladores y políticos obsecuentes y aprovechados; borreguismos, ofertas, cargos ‘merecidos por ser mujeres’…
Ya Sartre, pareja de S. de Beauvoir, que en pleno siglo XX escribió genialmente El segundo sexo, sabía que ‘cada ser humano es lo que él hace de sí mismo’. No basta, para humanizarnos y ser dignos de nuestra condición, haber nacido en tal cuna, pertenecer al sexo fuerte o al débil –por el momento, de las mejores mujeres que he conocido he de decir que pertenecían al sexo fuerte, sin reclamarlo para sí mismas; aceptaron su papel y lo representaron leales a su destino y a su época-. Si nuestro tiempo pide volver la mirada sobre el destino femenino y poner en tela de juicio cuanto en ese azar fue previsto para enaltecer al varón en detrimento de la mujer, cabe aceptarlo con lucidez y conciencia de responsabilidad sobre nosotras mismas, sobre la familia y la sociedad en que vivimos, sobre el mundo. No acomodarnos, luchar, trabajar más; no esperar que algo nos sea dado, esforzarnos por ver con lucidez lo que anhelamos y reclamamos y presentarlo ante los demás, para ayudarles a ver, a exigirse, a ser.
Según J. E. Guarderas, educarnos debe ser nuestra meta, prepararnos para ‘promover la igualdad de oportunidades y derechos para todas’, pues nada nos autoriza a reclamar derechos solo por haber nacido mujeres. Los derechos conllevan deberes: entreguemos a la sociedad a la que exigimos, personalidades cultivadas y dignas, conocimiento y reconocimiento de nuestros límites, educación, autoeducación; cumplamos el destino singular que merecemos; lograrlo nos devolverá nuestro esfuerzo por merecer el tiempo que vivimos y el logro de las reivindicaciones a que aspiramos. Guarderas va así al meollo: “ser feminista no significa apoyar a una mujer para la presidencia solo por el hecho de ser mujer. Eso es ilógico e irresponsable. No importa que una persona venga de una minoría, una gestión deficiente es una gestión deficiente”. ¿Cuánto las conocidas borregas aportaron desde la Asamblea al Ecuador? “¿La mujer quedó mejor ante los ojos de la sociedad?” ¡No, absolutamente no! Desde sus altos puestos sus deficiencias se leían mejor”.
Parapetadas en un feminismo entendido para beneficiarlas, cuando fueron enjuiciadas –ojalá lo fueran todas, para que se prueben- acudieron a un estúpido argumento que, según querían creerlo con mala fe, las eximía de toda otra respuesta: “Nos atacan porque somos mujeres”. Y, lo trágico, lo horrible, lo que, si sigue sirviendo como argumento promete falsificarlo todo, es que eso ‘funcionó’. Señoras juezas, (¡qué orgullo si son mujeres!) ¿qué opinan de otro argumento ‘feliz’ pero desgraciado, el de la ‘persecución política’, ante hechos execrables?