El mundo suavemente cambia (“suavemente”, esto ha ocurrido de manera mucho más repentina de lo esperado), deja el orden unipolar –con EE.UU. como la única gran superpotencia– y entra en uno multipolar. El Banco Mundial estima que este año China puede destronar a EE.UU. como primera potencia, si se ajusta su PIB a la paridad del poder de compra (eliminando el impacto del tipo de cambio).
Slavoj Zizek, “el Elvis de la filosofia”, hace poco señalaba que hasta que este nuevo orden no se asimile por los países, habrá un peligroso período de ajuste mientras se entiende el nuevo lenguaje internacional y los actores experimentan con sus nuevas posibilidades. En efecto, esta semana Gideon Rachman, del Financial Times, apunta tal caso.
El mundo está perdiendo su gendarme universal y sus aliados todavía no han aprendido sus tareas de policía.
No solo es la pérdida del estatus de “única superpotencia”, las guerras de Iraq y Afganistán dejaron un trauma de no-intervencionismo en el electorado estadounidense. Sea cual sea la razón, en los conflictos actuales los aliados tradicionales de los americanos parecen acordarse de lo delicioso que era cuando les “daban protegiendo”.
En Ucrania, los rusos han ejecutado una fabulosa estrategia de comunicación y se han dado cuenta del “desprestigio” que implica una declaración oficial de hostilidades. Como señala el presidente Poroshenko, estamos frente a una guerra de facto. Pero las tensiones financieras en Europa son demasiado fuertes y al electorado le interesa más la seguridad de sus fondos de pensiones que la importancia de su presupuesto militar. No digo que esto sea irracional, pero parece ser que se le dejó a EE.UU. el peso de las tensiones con Rusia.
Ídem con el desastroso surgimiento del archipoderoso grupo terrorista EIIL; los asesinatos de los periodistas americanos han caído como agua de mayo a los aliados que querían pasar el bulto de lidiar con esto a los estadounidenses. La poderosa flota aérea de los miembros del Gulf Cooperation Council está inactiva mientras estos critican a los americanos de debilidad.
Rachman nombra el ejemplo de China, aliados como Japón o las Filipinas reclaman una posición más fuerte de los EE.UU. en la región para balancear el creciente poderío chino. Sin embargo, no han sido capaces de presentar una oposición unida ante los reclamos marítimos chinos.
Los países pueden tener ahora la tentación de acordarse con dulce nostalgia cuando los EE.UU. tenían la capacidad de patrullar el mundo y “darles protegiendo”. Pero no hay que olvidar las terribles consecuencias que se dieron cuando existía un solo policía sin una autoridad superior. Lo ideal sería que con el nuevo orden, se estableciera una verdadera institución multinacional de control.