¡Un año de gobierno y ya suenan los “claros clarines” de la consulta popular! A Guillermo Lasso hay que darle el crédito de la vacunación masiva contra el covid-19; también el orden en las finanzas públicas y los acuerdos con el FMI -medidas criticadas por sectores sociales- e iniciativas en el campo internacional, como las negociaciones de tratados de libre comercio y la promoción de inversiones.
En el mismo lapso han atentado a la estabilidad democrática: la movilización indígena de junio 2022, que terminó por la intervención de la Iglesia y la organización de sendas mesas de diálogo, que produjo una grave conmoción interna y la pérdida de mil millones de dólares; las sucesivas masacres en las cárceles y el aumento de la violencia urbana por las luchas de los carteles de la droga (el Ecuador ocupa el tercer lugar en el mundo, por incautaciones en los puertos); las denuncias de Estados Unidos sobre la existencia de narco-generales, en la institución policial; y, la salud pública en terapia intensiva. Y si esto fuera poco, la Asamblea Nacional -hoy dominada por la oposición-, estuvo a punto de destituir a Lasso.
Para contextualizar, recordemos que el presidente (liberal) juró la Constitución de 2008 (inspirada en el socialismo del siglo XXI), mientras las mayorías “movedizas” del parlamento se esfuerzan por negar las iniciativas del ejecutivo, destituir a vicepresidentes, y la función judicial interviene en las resoluciones congresales. La Asamblea subió los sueldos al magisterio sin presupuesto, y el gobierno aprobó el aumento para pagar con deuda, mientras la calidad de la educación fue soslayada. Ante tanta trifulca, Lasso optó por gobernar por decretos ejecutivos, y designar asesores ad honorem, figuras que fueron rectificadas. Y en el horizonte se preparan las elecciones de 2023, con candidatos a “millares surgir” y comicios internos deleznables.
¿Nos estamos acostumbrando a repetir historias fracasadas? ¿Cómo salir de esta crisis de gobernabilidad? ¿Vivimos una democracia inasequible?