Estuve en Buenos Aires la semana pasada cuando casi un millón de personas autoconvocadas y al son de las cacerolas le dijeron al gobierno de Cristina Fernández que no la quieren re-reelecta, que están hartos de la criminalidad en las calles y de la inflación que les robe cada día el salario que reciben. No hicieron falta los políticos y eso, que es también un mal signo, se transformó en una muestra elocuente de que la democracia institucional vaciada de contenido y razón por los gobiernos populistas que lo tildan de “burguesas e innecesarias”, solo tiene cabida en las calles con los consabidos riesgos.
Si el gobierno argentino u otros de igual cuño entendieran que no es necesario mentir y engañar las estadísticas económicas creyendo que el pueblo no lo siente diariamente, la democracia tendría un transitar menos convulsionado y violento. Las manifestaciones callejeras se han llevado mas de un gobierno en los últimos años y no hay muestras elocuentes de que se quisieran cambiar las cosas. Por el contrario, el ejecutivo impone su voluntad autoritaria primero sobre una retórica que descalifica toda institucionalidad sea electa o no y la pone contra la pared acusándola de todos los problemas. De este primer paso al segundo, donde el presidente asume el control del poder y consiguientemente carga con sus consecuencias, es mero trámite. Lo que el ejecutivo no logra entender es que en una sociedad de pesos y contrapesos no solo que la representatividad del sistema se fortalece, sino que la propia democracia tiene mayores posibilidades de subsistir a los acosos y otras formas violentas que la resquebrajan profundamente. Es necesario hacer que las instituciones funcionen en libertad e interdependencia porque de lo contrario la tensión natural en democracia solo puede explotar en las calles con su lógica de violencia. El buen demócrata no tiene problemas con esta situación, solo aquel que disfraza su gobierno autoritario con visos de formalismo democrático es el que teme a un sistema donde en la representatividad amplia y plural es toda la sociedad la que asume el peso de cargar sobre sus espaldas al “menos malo de los sistemas políticos conocidos”.
La marcha de los argentinos es el anticipo de una presencia cada vez más masiva y reiterada de una sociedad acosada por el remedo de una democracia representativa pero que es incapaz de mostrar en los hechos su carácter de tal no quedándole más espacio que ganar las calles al ritmo de las cacerolas al principio para concluir quién sabe con qué otras formas de hastío y frustración con una democracia que no las escucha porque sencillamente el poder se concentró en una sola persona cuya sordera, soberbia y altanería le impide leer el curso de la historia.
Empezaron autoconvocados para expresar en las calles su repudio al populismo aunque su forma sea la más popular de todas.