Había llegado al país para una competencia ciclística, pero a las pocas horas un conductor la golpeó con su camioneta mientras se entrenaba. Nuestra campeona Miryam Núñez ya no pudo correr; en cambio la persona detrás del volante salió corriendo.
La fuga es esa esquina siniestra donde nuestro sistema poroso se cita con la cobardía. Es un acto reflejo dicen, como si fuera un salto al vacío del que no se puede regresar. Fernando Alvarado se sacó el grillete y se mandó a cambiar. Tuvo tiempo de dar media vuelta pero no le dio su correísta gana. La primera excusa suele ser que el sistema legal no garantiza mucho pero los agraviados por esta era de abusos insistimos más bien en que existe una epidemia de cortes permisivas.
Esconderse en casa o esconderse afuera, como Baby Yunda. Salir por tierra o por aire, como el infame de Salcedo. A la impunidad se llega por distintos caminos, e incluso con escalas en alguna embajada. Deslizarse tras arrasar con todo, como el lodo asesino de La Gasca, o disparar y acelerar como los sicarios. Podríamos decir que estamos mejor sin ellos pero me encantaría que el esposo de Lisbeth Baquerizo o la mujer que atropelló a Roberto Malta sean aprehendidos y sometidos a juicio.
Qué maravilla cuando eligen mal el destino y terminan detenidos como los implicados del caso Isspol. Es verdad que hay quienes se van intencionalmente a la Florida con la esperanza de negociar algún convenio de cooperación. Otros marchan a Paraguay porque su vida, más que la evasión, ha sido la negación.
Tampoco hay que ser un gran mafioso de la política ni un personaje adinerado para escapar. Hace falta una pisca de astucia y, sobre todo, una red de encubridores igual de putrefactos. Eso sí, no es igual para los afectados: ahí las cosas no marchan a menos que se movilice la opinión pública o exista el respaldo de la autoridad. En el caso de Myriam Núñez la policía rastrea apurada la camioneta roja. Ojalá, al menos esta vez, nada quede impune.