Marcela Holguín anuncia en su página web su compromiso con “las mujeres, trabajadores, jóvenes y todos los descamisados”; Viviana Veloz, en la suya, se autoproclama “precursora de los derechos de las mujeres”; Pamela Aguirre se pasa rechazando el fascismo que, para ella, es cualquier persona o cosa que le fastidie.
La primera se las da de original copiando a Evita; la segunda desconoce un largo proceso de lucha encabezado por mujeres que, ellas sí, no serán olvidadas por la historia; la tercera utiliza palabras que, claramente, no entiende.
Pero todas tienen algo en común: mienten. Lo que dicen es solo un discurso, retórica barata para movilizar seguidores, para justificarse ante sí mismas. El discurso feminista que les permite descalificar a cualquiera que critique sus despropósitos, es un simple barniz; sus convicciones tienen la fuerza suficiente como para desmoronarse ante un pasaje aéreo.
No otra cosa puede pensarse cuando vemos a la líder de los descamisados, a la precursora del feminismo y a la luchadora antifascista, cada una con un improvisado hiyab, participando en un encuentro de mujeres organizado por la teocracia iraní, cuya legislación ve a las mujeres como seres inferiores.
¿Creen sinceramente las tres asambleístas del correísmo, y su compañera Johanna Ortiz, que viajó con ellas, que estuvieron en Teherán defendiendo la participación política de las mujeres? ¿No les da un mínimo de vergüenza ir a sentarse junto a los ayatolas que encarcelaron a Taraneh Alidoosti, por luchar por esa participación de la que nuestras asambleístas se limitan a hablar? ¿Les parece aceptable ser parte de actividades organizadas por el gobierno que asesinó a Masha Amini, por quitarse el velo que ellas se han puesto tan dócilmente? ¿No es relevante aceptar una invitación de un régimen cuya respuesta a las protestas del año pasado, fue la ejecución de medio millar de personas?
Nuestras cuatro “feministas” no estaban sentadas en un congreso; estaban sentadas sobre esos cadáveres.