A lo largo de los años en varios de los países latinoamericanos y caribeños se acuñaron términos vernáculos, dentro de sus respectivos esquemas ideológicos, para denominar a los políticos conservadores. Se los llamó “momios” en Chile, “godos” en Colombia, “tutumpotes” en la República Dominicana, “mochos” en México, “fachos” en Uruguay, “pelucones” en Chile y otros países, “cachurecos” en Honduras y Guatemala, “curuchupas” en Ecuador, “orejudos” en Buenos Aires, “lomos negros” en otras provincias argentinas, “saquaremas” en Brasil, “rosqueros” en la Bolivia revolucionaria de Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles de los años 50.
La palabra ecuatoriana “curuchupa” tiene origen quichua. Proviene de las voces quichuas “curu”, que significa gusano o insecto, y “chupa”, que denota rabo o cola. “Curuchupa” es, por tanto, rabo o cola de gusano o de insecto. En la literatura ecuatoriana de denuncia social de la primera mitad del siglo XX —con Manuel J. Calle, José de la Cuadra, Alfredo Pareja, Enrique Gil Gilbert, Humberto Mata, Jorge Icaza— era frecuente leer la palabra “curuchupa”, con la cual los escritores de izquierda se referían a los recalcitrantes conservadores de su tiempo: a esos señores de “misa y olla”, que decía Juan Montalvo.
Varias explicaciones se han dado acerca del origen del término. La que me parece más verosímil es la que lo radica en la existencia de unos insectos muy negros, de cola dividida, que a los andantes de las calles quiteñas en los tiempos coloniales se les antojaban muy parecidos a los españoles y criollos vestidos de “frac” para sus ceremonias sociales, políticas o religiosas. En realidad, la dilatada chaqueta negra dividida por atrás en dos faldones largos tenía un cierto parecido con los insectos en mención.
Por eso, en tono de burla, los llamaron curuchupas y de allí adoptaron la palabra los liberales de la era colonial para apodar a sus adversarios políticos conservadores.
Pero Carlos Joaquín Córdova, en su obra “El habla del Ecuador, diccionario de ecuatorianismos”, trae otra versión sobre la etimología de la palabra. Afirma que en sus orígenes fue “curachupa” (proveniente de “cura”, que era el párroco a cargo de una feligresía, y “chupa” = “rabo”, “cola” o “apéndice”). Dada la íntima vinculación política que los conservadores de aquellos años tenían con el clero católico, los liberales los apodaron de “curachupas”, queriendo significar que eran cola de la clerecía.
La palabra “conservador”, por su parte, surgió y se extendió por Europa y el mundo desde que en 1818 el escritor francés François-René de Chateaubriand bautizó a su periódico como “Le Conservateur”. La palabra se extendió por Europa y el mundo para designar el respeto sumiso a la tradición —en sus categorías políticas y socioeconómicas— y la actitud de inmovilismo ante las demandas y retos de la sociedad.