El título que hoy encabeza esta columna corresponde a la expresión que usan los franceses para designar aquello que en nuestro lenguaje familiar solemos llamar “cuchara”: el final sin salida de una calle o callejón. O mejor: ese final que como única salida ofrece la posibilidad de retornar.
Pero el cul-de-sac no es solamente eso: también pueden ser aquellas situaciones de la vida que solo pueden producirse por un error de previsión, o por una acumulación de errores que no se han corregido. Así, es probable que todos hayamos llegado alguna vez a un cul-de-sac en nuestras vidas, y sabemos por esas experiencias que, en esas circunstancias, lo único posible es reconocer la equivocación y volver hacia atrás, hasta el punto exacto en que se produjo el desvío.
Es posible, desde luego, extender aun más el sentido de esta expresión, que parece venir como anillo al dedo para pensar en la situación a la que hemos llegado los ecuatorianos, bajo la conducción de quienes tienen en sus manos la capacidad de decidir sobre aquello que, a la corta o a la larga, de uno u otro modo, termina afectándonos a todos. Así, el hombre común, la madre de familia, el empleado, el trabajador y el profesional de corbata tropiezan de repente con que los precios suben, muy poco a poco, pero suben; con que los créditos se restringen y la estabilidad en el trabajo tambalea. Y para colmo, los volcanes empiezan a amenazarnos con señales alarmantes mientras el calentamiento del planeta nos confirma la posibilidad de inundaciones de campos y ciudades y de cultivos perdidos.
La reducción de libertades, la aparición de leyes negativas, la existencia de un cerco burocrático que se nos mete hasta en la sopa y una agresión verbal que se ha hecho cotidiana ponen las últimas sombras en el ya oscuro paisaje, de modo que, inesperadamente, sentimos que hemos llegado a un cul-de-sac.
Entonces nos preguntamos si no ha llegado ya el momento de emprender el regreso. Es verdad que ni la furia de la naturaleza ni las crisis económicas externas han sido provocadas por quienes nos gobiernan; pero también es verdad que los conflictos que de ellas se derivan pudieron haber sido mitigados por una conducción política, social y económica más sensata y mejor anclada en el conocimiento de la realidad. No hablo del conocimiento libresco de algunos “cientistas” que creen saberlo todo aunque ignoran las íntimas verdades que nacen de la entraña misma de la vida social. Tampoco digo que sueños y utopías hayan sido negativos: creo que está bien soñar en un mundo-otro, y que hay que hacerlo con audacia. Ya dije en otra parte que la utopía es la poesía de la política. Pero si es necesario que soñar alto y sin miedo, también es necesario hundir los pies en la tierra.
Así, no nos queda otra salida que emprender el regreso. Desmantelar el pesado estatismo que hemos construido imaginando que el Estado es una panacea. Al contrario: por algo Octavio Paz habló del “ogro filantrópico”.