En el 2011, el primer inversionista en Alemania fue China. No invirtieron en materias primas, como hacen en América Latina, sino en actividades industriales, tecnológicas e ingeniería.
Entre sus adquisiciones está la compañía alemana Putzmeister, fundada en 1958, dedicada a los equipos de construcción. La compró por miles de millones de dólares la compañía china SANY, creada en 1986 por 3 socios que reunieron un pequeño capital de unos USD 10 000 al cambio actual. El presidente de SANY es Lian Wengen, el hombre más rico de China. Le calculan un capital de USD 11 000 millones. Como es tan rico y exitoso, el Partido Comunista le ha ofrecido un puesto en el Comité Central. Quiero llegar es a dos conclusiones:
Primera, el gran éxito chino no es debido a un modelo económico especial, sino el resultado de liberar la capacidad creativa de la sociedad en el terreno empresarial privado. El Estado dejó de obstaculizar el desarrollo empresarial privado para transformarse en su promotor. Continúa cercenando las libertades individuales, pero no la creación de riquezas por parte de los ciudadanos. Segunda, este fenómeno económico chino, en esencia, se parece a lo que sucede en cualquiera de las naciones exitosas del planeta: son países desarrollados porque tienen un parque empresarial privado que genera riqueza y avances tecnológicos dentro de una intensa competencia económica. Sencillamente, el Gran Salto Adelante que Mao intentó sin éxito, se llevó a cabo, pero no con el recetario de Marx en la mano, sino con el de Adam Smith.
Naturalmente, este impresionante milagro económico estará en peligro si China no consigue evolucionar en lo político hacia un sistema razonable de solucionar los conflictos y transmitir la autoridad, basado en el consentimiento de los ciudadanos, como en Taiwán.
La paradoja consiste en que cada chino que consigue pasar del campo a la ciudad, del analfabetismo al conocimiento, y de la pobreza a las clases medias, es una persona socialmente inconforme que demandará cuotas crecientes de libertad y una inversión de las relaciones de poder con respecto al Estado. Cuando lo recibía todo del Estado, era su miserable sirviente. Ahora, que con su trabajo en el ámbito privado crea riquezas y mantiene al Estado, desea que los funcionarios se conviertan en servidores públicos. El que paga, manda.
Afortunadamente, el modelo de la democracia liberal, con todas sus imperfecciones, ha resuelto esas tensiones entre la sociedad y el Estado, y son cada vez más los chinos que miran a Occidente como una fuente de inspiración cívica. En esa atmósfera prospera el mejor capitalismo, no en dictaduras de partido único.