Joaquín Gallegos Lara tituló “Las cruces sobre el agua” a su novela en la cual narra la primera matanza a trabajadores en las calles de Guayaquil: el 15 de noviembre de 1922 se arrojaron a la ría un número indeterminado de cadáveres. Manos anónimas pusieron después cruces de flores sobre el agua como homenaje funerario a las víctimas de la represión sangrienta.
Hace un año Guayaquil fue el escenario de otro episodio con centenares de muertes. La pandemia, que azotó con fuerza al Puerto a mediados de marzo y durante abril, sobrepasó toda la capacidad de atención sanitaria. El alto número de fallecidos desbordó morgues, servicios funerarios, cementerios, hospitales públicos y del IESS.
Una impactante investigación periodística de Plan V, la Fundación Periodistas sin Cadenas, la Barra Espaciadora y Connectas, nos revela que, doce meses después del inicio de la tragedia, “de los 227 cuerpos hallados sin identificación en los contenedores, 62 permanecen aún como NN; a ellos se suman más de 100 familiares que todavía desconocen dónde están sus fallecidos o dudan de que sus parientes fueran enterrados donde el Gobierno dice que los inhumó, y ahora piden su exhumación”. El trabajo “Ecuador desentierra cuerpos para encubrir sus culpas” firmado por las periodistas Karina Medina y Susana Morán bien pudo titularse “Las cruces o las lápidas sin nombre”.
Los testimonios recogidos duelen y estremecen. El lector recorre dantescos pasajes de terror. Los parientes viven días de tormento en busca de los cuerpos de sus familiares fallecidos.
No solo numerosos médicos se contagian con covid-19; también enfermeras y personal auxiliar, como los camilleros. La falta de estos lleva a contratar estibadores para el traslado de los cuerpos. El toque de queda dilata la atención del Registro Civil para las partidas de defunción y de las funerarias y cementerios. También la disposición de cremar los cadáveres colabora al desborde de fallecidos en las morgues. La demora y el clima aceleran la descomposición y corroboran a borrar las identificaciones; y completa la confusión y el caos la desesperación de las familias en busca de sus seres queridos cuando consiguen ingresar a las salas en donde yacen los cuerpos.
Ciertamente es necesario establecer responsabilidades. Pero sobre todo dar repuesta a quienes han querido honrar a sus fallecidos y no lo pudieron hacer o ni siquiera tienen la certeza de que son de ellos los restos que les entregaron las autoridades.
Hace un año, con la pandemia, se reflejaron, junto al extraordinario trabajo de médicos y personal de la salud, las debilidades del sistema sanitario nacional. En medio del horror se registraron, a la par, repudiables hechos de corrupción en la compra de insumos hospitalarios y hasta de fundas para los cadáveres. Son heridas que todavía sangran.