En una carta, Rafael Correa criticó la serie de exhortos que la Función Legislativa se atrevió a hacer a su gobierno durante los últimos meses. Aparte de lamentar la “deficiente formulación semántica” de aquellas resoluciones, el Mandatario ecuatoriano dijo que “tales exhortos (…) reflejan la crisis por la que está pasando el Parlamentarismo en el mundo, que no ha superado la época de las Asambleas Populares con los (sic) cuales se derrocaron monarquías, y que pretende (sic) buscar un equivocado espacio político dentro de la actividad gubernamental”.
A pesar de tener dos formidables errores de sintaxis, esa corta oración del presidente Correa es muy significativa porque en ella asegura que el sistema parlamentario moderno –inspirado en el principio republicano de contrapesos políticos– sigue funcionando como las ‘Asambleas Populares’ que, en el pasado, tumbaban a los reyes.
La carta de Correa me recordó a Oliver Cromwell, el político inglés que desde el Parlamento lideró una insurrección contra la monarquía de Carlos I durante la segunda mitad del siglo XVII. Los parlamentos en los que Cromwell participó entre 1640 y 1653 no tenían la sofisticación de los actuales –tan erizados de regulaciones y debidos procesos– pero distaban mucho de ser meras asambleas populares.
De hecho, gracias a esa actividad parlamentaria se dieron los primeros pasos para que Inglaterra se convirtiera en una sociedad moderna. Los congresistas de aquel entonces pasaron una ley sin precedentes que abolió el Episcopado y ordenó que el Ejército y la Marina estuvieran a las órdenes del Parlamento y ya no del Rey.
Con ello empezó una guerra civil que terminó con la ejecución de Carlos I y con la ascensión de Cromwell al poder absoluto. Este político, practicante del puritanismo, disolvió, en el nombre de Dios, el Parlamento donde él mismo había trabajado porque, en su opinión, los parlamentarios habían caído en un pozo de ineficiencia y corrupción. “¿Hay alguna virtud que todavía practiquen? ¿Hay algún vicio que Uds. no posean?”, preguntó Cromwell a sus colegas de bancada cuando anunció el cierre del Parlamento.
Al igual que su antecesor, el rey Carlos I, Oliver Cromwell expresó su insatisfacción con el Parlamento porque consideraba que era una instancia demasiado impredecible y difícil de gobernar por la infinidad de voces e intereses que allí convergían. Tanto Carlos I como Cromwell preferían un órgano dócil que pudiera ser mangoneado con facilidad. Como aquello fue imposible conseguir, ambos prefirieron disolverlo y gobernar dictatorialmente.
La carta de Correa debe ser ampliamente debatida porque las ideas contenidas en ella pudieran tener funestas consecuencias políticas para el Ecuador.