@cmontufarm
Los ciudadanos del Ecuador han perdido el miedo y se han volcado a las calles. Se han volcado a las calles para decir lo que piensan, para protestar contra el Gobierno. Aquello no debe asustar a nadie, debe alegrarnos a todos, incluido al propio oficialismo porque un pueblo que no se expresa, que no se moviliza, está como muerto, aletargado. Es presa fácil de la manipulación.
En el pasado, cuando el pueblo se tomaba las calles y salía a protestar, los gobiernos represivos de antaño sacaban a la Policía o al Ejército con el afán de amedrentar o disolver las manifestaciones populares. Pueblo uniformado y sin uniforme se enfrentaban en las calles. Se empleaban gases lacrimógenos y, una que otra vez, la Fuerza Pública hacía uso de armas de fuego. Había detenidos, heridos y, en ocasiones, hasta muertos.
En el presente, las cosas han cambiado. La represión utiliza el recurso del espejo y se disfraza de ciudadana; los piquetes de policías y soldados son reemplazados por ‘ciudadanos’ que, llevados por el mismo Gobierno, hacen las veces de manifestantes civiles a los que supuestamente les mueve el mismo derecho de salir a las calles, pero a ‘apoyar’ a los jefes que los llevaron. Ojo: de ninguna manera pretendo negar el derecho a manifestar públicamente de las personas que apoyan al Gobierno. Quienes simpatizan con el poder gozan de iguales garantías para salir a las calles que quienes se oponen a él. Solo que, evidentemente, deben hacerlo para expresar lo que sienten y no para impedir, neutralizar, opacar, disuadir, contrapesar a quienes piensan diferente al poder. Y peor, como es el caso en nuestro país, convocados, pagados, movilizados, coaccionados a salir por sus jefes en el sector público o como rebaños de clientelas. Todo ello con recursos del presupuesto estatal, es decir, pagados irónicamente por quienes voluntariamente pretenden ejercer su derecho a la protesta.
Las contramanifestaciones, por tanto, no son una forma de ejercicio de un derecho ciudadano a salir a las calles, sino una nueva y perversa forma de represión. Ahora la Policía sale supuestamente a proteger el derecho de ambos grupos, cuando en realidad obedecen al mismo mando de la contramanifestación.
Tenemos así al Ministro del Interior como contramanifestante y jefe de los policías que reprimen. De esa forma, los ciudadanos que salen por voluntad propia a protestar deben enfrentar fuerzas represivas con y sin uniforme. Aquello raya en el absurdo total, muestra la podredumbre moral del poder, que en vez de escuchar la protesta ciudadana, como correspondería, se dedica a negar desde el Estado, y repito con recursos públicos, el derecho de los ciudadanos a protestar.
Las contramarchas, las contramanifestaciones y afines muestran la degradación de la democracia y la decadencia moral de los gobernantes; dejan en claro que el poder puede tener las armas y el control de la institucionalidad, pero que perdió el alma y la mente, no solo de los ciudadanos, sino de sí mismo. Por supuesto, defiendo el derecho a protestar de quienes apoyan al Gobierno, pero que lo ejerzan sin pago ni presiones, y en otro lugar.