Completo el relato del domingo pasado. Después de mi conferencia en la Universidad dominicana fui por dos días al antiguo hotel “La Hamaca”, cerca del aeropuerto, frente a una playa maravillosa de arena blanca, palmeras y agua turquesa. La típica playa caribeña.
A mediados de los años 90, José Francisco Peña Gómez, líder del Partido Revolucionario Dominicano, me pidió que proclamara, juntamente con Felipe González, su candidatura presidencial. Lo hicimos en un gigantesco acto de masas en Santo Domingo. Eso, que en nuestro huraño país se consideraría “injerencia extranjera” y “violación de la soberanía”, en la Dominicana fue recibido con profundo agradecimiento.
En mi discurso dije a la multitud que el líder negro dominicano Peña Gómez -mi compañeros de aula en un curso de posgrado en ciencias políticas- era una de las cumbres de la oratoria de masas en nuestra América Latina. Orador electrizante. Al día siguiente fui al hotel “La Hamaca”, con mi computadora a cuestas, para pasar dos días en la playa y adelantar mi Enciclopedia. Cuando entraba al hotel el maletero me preguntó si era yo quien había hablado en el acto político. Le dije que sí. Me dijo que lo vio por televisión. Dejó la maleta en mi habitación y no hubo manera de que me aceptara el pago por el servicio.
Minutos después unos golpes en la puerta. Era el gerente del hotel.
– Presidente Borja, por petición del sindicato de trabajadores del hotel voy a cambiarle de habitación. Y además tengo el placer de informarle que su estadía será por cuenta de la casa. Acompáñeme, por favor.
Y me condujo a la lujosa suite presidencial, en el último piso del edificio, con maravillosa vista al mar.
Muchas veces se alojó aquí el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, me dijo.
– Siempre he hablado tan mal de él, que ojalá no me persigan los fantasmas, como en el Palacio El Pardo de Madrid, donde dormí en la cama del “Caudillo de España por la gracia de Dios”, durante mi visita oficia, le contesté.
Bajé a la hermosa playa de arena blanca.
Al retornar a mi habitación dos o tres horas más tarde me encontré con dos llamadas del presidente dominicano Joaquín Balaguer. Me había dejado el número de su teléfono directo. Le respondí. Contestó él.
– ¡Querido presidente Borja, estoy enojadísimo con usted! ¡Cómo pudo venir en bus desde Haití, si podía pedirme que le enviara el avión presidencial! Ese viaje es tremendamente peligroso por el azote de la delincuencia. Además, aquel hotel no es para usted. He ordenado que lo cambien a uno digno de un expresidente de Ecuador.
Muchas gracias, presidente Balaguer, pero voy a quedarme sólo dos días y, por gestión del sindicato de trabajadores del hotel, me han alojado en la suite presidencial.
– ¡Ah, esas ya son palabras mayores!, me respondió riendo el presidente Balaguer.