La consulta popular, y la llamada “muerte cruzada”, ésta última que puede decidir la Asamblea, destituyendo al Presidente (art. 130 CR); o el Presidente, disolviendo la Asamblea (art. 148 CR), son componentes de la democracia directa. La disolución de la Asamblea, es una institución del sistema parlamentario, traída para reforzar el poder por gobernantes rudos y déspotas como Duvalier, Stroessner, Pinochet, Fujimori, Chávez y Correa. Por cierto, en casos de bloqueo institucional o conflicto de poderes, que comprometen la estabilidad instalando la ingobernabilidad que desbarata todo, el recurso que queda es consultar para que la ciudadanía zanje el conflicto.
Se habla, y mucho, de la consulta o de la disolución de la Asamblea. Pero hay algo que debe considerarse antes de tomar una decisión, no empujada por la calentura emocional. Se trata de examinar el momento, medir los tiempos, las ventajas y los riesgos. Es el llamado sentido de oportunidad. ¿Este es el mejor momento? Quizá no. Lo fue cuando el reconocimiento del Presidente estaba arriba, luego del formidable éxito de la vacunación. Las cosas han cambiado. Hay enojo en algunos sectores, capas medias golpeadas por un esquema tributario que los castiga. Las decisiones desde el poder prestigian o socavan la popularidad. Se suele sostener que el ejercicio del poder desgasta. El inteligente político italiano, Giulio Andreotti, agregó: «sobre todo cuando no se tiene». Y de esto, lo sabe el correísmo y el PSC. Cabe agregar: desgasta, tener el poder y no ejercerlo, en todo lo posible y en todo lo necesario. Y obvio, en todo lo legítimo para preservar la democracia.
Sobre la consulta popular, no se debe olvidar que la ciudadanía no siempre se pronuncia pensando en el contenido de las preguntas, sino, sobre todo, en quien pregunta, ya sea para apoyarlo o castigarlo.
Es arma de doble filo. Recordemos lo que sucedió con León Febres Cordero (1986) y Sixto Duran Ballen (1995).