Después del gusto viene el susto. Si bien el Alcalde y la Prefecta se cuentan entre quienes prefirieron disfrutar de sus ceremonias de posesión y olvidarse por un momento de las flaquezas fiscales, las nuevas autoridades tienen grandes desafíos, entre ellos, las competencias que deben asumir con recursos limitados.
Casi no hay provincia ni ciudad en la que la gente no hable de la falta de empleo, de inseguridad, de problemas de transporte y de recolección de basura. En algunas jurisdicciones se hace énfasis en el cuidado ambiental.
Desde luego, no solo hará falta dinero sino capacidad de negociación. Y eso no significa estar de a buenas con el poder, como sucedió durante dos administraciones seccionales en las que el dinero fluyó a cambio de apoyo. El actual, en soletas, se esfuerza por ponerse al día, así que hará falta mucho trabajo propio y, sobre todo, lograr consensos mínimos.
Es impensable que Quito, por ejemplo, pueda resolver sus problemas si se mantiene el bloqueo que el ex oficialismo ejerció sistemáticamente en el Cabildo. Una actitud así solo agravará problemas cuya dilación se pasó por alto en medio de la supuesta abundancia.
Hace bien Jorge Yunda en sentirse preocupado por los problemas de la ciudad, y en rodearse de especialistas. Pero no se gana nada con anuncios y pirotecnias sino con planes y ejecución. Solo así podrá revertir el escaso apoyo que recibió en las urnas, algo que sucedió también con muchas autoridades a consecuencia de un Código de la Democracia que fomenta la dispersión y debe cambiarse.
Si los consensos mínimos son importantes a escala seccional, lo son mucho más a escala nacional. El Ecuador debe superar de una vez por todas el efecto de ese “destape” mal entendido que se traduce en una rebeldía atrasada, manifiesta en desengaño colectivo, desacato a la ley y pérdida de tejido social.
Muchos sacaron la conclusión demasiado tarde: la comodidad a cambio de las libertades es un pésimo negocio, socialmente hablando. Pero si hubo una lección aprendida, esta debe servir para entender de una vez por todas que ningún modelo que se base en el autoritarismo está hecho para durar.
Puede imponerse por el miedo o por el reparto de una supuesta bonanza, o por las dos cosas a la vez, pero la única fórmula duradera es aquella que se construye cediendo un poco en beneficio de todos. Fue la única salida, imperfecta por cierto, que hallaron países como España y Chile después de férreas dictaduras.
No hay almuerzo gratis, sobre todo cuando la mesa estaba servida solo para los comensales del arroz verde y otras exquisiteces. La oportunidad de un acuerdo, con todos los errores que pudiera tener, es importante para alcanzar consensos mínimos y buscar salidas en cuatro o cinco aspectos cruciales. A condición, eso sí, de que los políticos no sigan con sus amarres y sus marruñerías.