En las sesiones de la Comisión ocasional que preparó el informe que recomienda el juicio político al presidente Guillermo Lasso, había más emociones que razones. Un síntoma externo fue medible en decibeles, la intensidad del griterío era inversamente proporcional al valor argumental de los discursos. Pero lo más llamativo fue la actitud; todos fueron a atacar o a defender al presidente. No hubo ningún Aristóteles que dijera: “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.
La racionalidad no es lo que impera en política, tampoco la ley, menos la ética. Lo que moviliza a los bloques políticos y determina el resultado de la votación es la conveniencia de cada grupo político y su lectura de las circunstancias. Por eso los criterios son cambiantes y pasan de un extremo al otro con alambicadas explicaciones nada convincentes.
Una mayoría impresionante de 104 votos aprobó el informe de la comisión, a pesar de las deficiencias y la insolvencia jurídica del documento. Al día siguiente de su aprobación se desvanecieron los votos y el juicio político se quedó colgado de la brocha. La brocha de UNES. Era fácil votar a favor de un informe inocuo e inútil; votar por la destitución del presidente es otro asunto.
Cada partido ha puesto su propio pretexto para abandonar al informe correísta y a su capitana Veloz. Los Socialcristianos dijeron que no darán los votos para un juicio en el que no participen; Pachakutik que quiere investigar la corrupción, pero no sólo de este gobierno; Izquierda Democrática que han perdido 40 días para llegar a un informe patojo. Hasta la bravucona Conaie está, de pronto, apaciguada.
Para destituir al presidente deben ponerse de acuerdo en quién redacta la acusación constitucional, quién lidera el juicio, quién le reemplaza al destituido y qué ganan los participantes. Se acabaron las razones y las leyes, operan las conveniencias y todos estarán pensando aristotélicamente: soy enemigo de Lasso, pero más enemigo de Correa.