Columnista invitado
¿Pueden ustedes creer que en el paraíso terrenal, que eso son las islas Galápagos, se producen congestiones vehiculares? Al regreso de visitar la isla Isabela, la más conservada de las islas habitadas, en una lancha porque los vuelos de avionetas se suspendieron aduciendo falta de combustible, en Puerto Ayora desayunábamos un delicioso bolón completo -bolón de verde, arroz con huevo frito y carne- frente al muelle adonde llegan las lanchas, y en poco más de una hora se produjeron tres congestiones severas de tránsito, ocasionadas por la infinidad de camionetas de doble cabina que prestan el servicio de taxis.
Es inconcebible que en las islas exista congestión vehicular, más propio de la civilización que del paraíso terrenal.
Las características especiales de las islas Galápagos obligan a establecer condiciones también especiales para su conservación, como es la obligación que adquirió el país cuando se las incluyó en la lista de Patrimonio Natural de la Humanidad de la Unesco.
Con el tiempo, se han ido flexibilizando las normas restrictivas, lo que conduce a una situación de peligro, similar a las de especies en peligro de extinción. A más habitantes, más riesgos.
En apenas 25 años, prácticamente se ha duplicado la posibilidad de recibir visitantes, de 90 000 en 1990, a 160 000 ahora.
El Consejo de Gobierno de las islas acaba de permitir el incremento de habitaciones para alquiler, disponiendo el trámite de solicitudes para instalación de hoteles de hasta 35 habitaciones. Según declaraciones de la Presidenta del Consejo, se tramitan veinte solicitudes presentada; es decir, 1 400 camas nuevas, en solicitudes existentes. ¿Cuál será la política si se presentan nuevas solicitudes? Y estaba en revisión –debe haberse aprobado ya- el reglamento para disponer de vehículos en las islas, obviamente, para aumentar esa posibilidad, que no para disminuirla. Si con los vehículos existentes se producen atolladeros ¿qué pasará con un número mayor?
En Isabela se observa que las calles, de tierra, tienen veredas con una altura superior a los 25 centímetros desde su nivel, porque se prepara la pavimentación de calzadas muy anchas, con veredas muy angostas, cuando lo racional sería lo contrario: preferir al peatón y no al vehículo, en sitios en donde no hay que permitir la invasión vehicular que tanto afecta a la convivencia.
En Galápagos, nada que signifique asegurar su conservación es exagerado. Todo lo que implique incremento de habitantes permanentes o turistas, es riesgoso. Ya existe un número alto de visitantes –el doble que hace 25 años- que hacen más susceptible de riesgos y daños a las islas, por reglamentado que esté el turismo. Muchos más habitantes también. La permisividad solo puede disminuir el encanto y el valor natural del paraíso terrenal, que eso son, todavía, las islas Galápagos.