El Gobierno quiere hacer cosas grandes. Ejemplos sobran de inicio a fin de su mandato: desde redactar, en un mega recinto construido exclusivamente para ese fin, la Constitución más reglamentaria del mundo, que supuestamente duraría siglos en un país con una historia de crónica inestabilidad constitucional, hasta desafiar a las potencias mundiales con el otorgamiento de un asilo diplomático.
En esa onda de comprometerse con obras de impacto histórico y causas nobles se encuentra el fomento gubernamental a la educación y la innovación. El Gobierno desea crear “el más importante hub de conocimiento de América Latina en producción de tecnología aplicada” con la construcción de la Ciudad del Conocimiento. Pero sus esfuerzos serán en vano porque este proyecto no parte de un reconocimiento de la realidad.
Un ejemplo de cómo suceden los desarrollos tecnológicos es la creación del ‘mouse’ de las computadoras. En los años sesenta, a un investigador de Stanford se le ocurrió que debería haber un aparato que permita mover el cursor por la pantalla. Xerox desarrolló esa idea y creó, a finales de los setenta, un prototipo de ‘mouse’ que tenía una vida útil de dos semanas y cuyo costo de producción superaba los USD 300. Basado en ese producto, Steve Jobs contrató a un ingeniero para que fabricara uno similar, pero que dure al menos un par de años y cueste máximo USD 15.
Así, el ‘mouse’ fue creado por un equipo en el que participaron, de manera espontánea y a lo largo de años, varias personas e instituciones. La innovación, por lo tanto, no depende de una universidad ni de una empresa ni de un visionario tecnológico y comercial, sino de la posibilidad de que ellos interactúen entre sí.
Por más Ciudad del Conocimiento, el Gobierno del Ecuador no logrará promover la innovación. Las empresas, nacionales y extranjeras, no invierten en el país por razones que van desde la inseguridad jurídica hasta el espíritu de las mismas leyes. ¿Quién, por ejemplo, comenzaría un negocio cuando en el proyecto de Código Penal se sanciona con cárcel la quiebra?
Por su parte, nuestra educación escolar mata la creatividad. A los niños se les enseña que lo peor que pueden hacer es equivocarse. Y la gente que no está dispuesta a equivocarse no experimenta ni se imagina nada original. Ni hablar de lo inútil que resulta fomentar la educación superior y la investigación antes de por lo menos capacitar a los profesores de inglés de los colegios.
La innovación no se impulsa construyendo un lugar que sea la conexión con el cielo, sino lanzando un cable a tierra. Para innovar se requiere de un ambiente en el que ni las leyes ni la educación castiguen la actitud emprendedora. En Silicon Valley no sólo está Stanford; también están el Xerox Parc, Apple y la mayor concentración de locos en el mundo.