Nos llueven los problemas. Uno, poco valorado y fundamental, es la situación de la educación. Resultado de la pandemia millones de niños y jóvenes tienen escasos o ningunos aprendizajes, además salieron y no regresaron a la escuela. Historias y proyectos de vida se rompieron. El desarrollo, la cultura y la paz sufren serios retrasos con gente escasamente formada.
Consecuencia de lo anterior se han ampliado las brechas educativas y sociales. La escuela y la sociedad son más excluyentes y violentas. Las bandas criminales tienen más reclutas para sus abominables fines.
Por otra parte, las políticas educativas públicas han sido expulsadas de las prioridades nacionales. Tal hecho impacta en la reducción de presupuestos y en la pérdida de exigencia de la sociedad por una buena educación, lo que baja su nivel de aporte estratégico y de sentido al estado.
La educación se quedó sin libreto. No tiene proyecto y no aporta a ningún proyecto mayor. La autoridad educativa circunscrita a resolver viejos problemas acumulados, a parchar los huecos, con una acción cada vez más coyunturalista en un ambiente de desmoralización generado por el mismo gobierno.
Si no queremos pagar una enorme factura de mayor pobreza y violencia, debemos de manera urgente priorizar la educación en la agenda pública. Superar la anomia construyendo voluntad política. ¿Cómo?
Por fortuna aparece una luz en la obscuridad: los diálogos y acuerdos gobierno-movimiento indígena. En este ámbito aparece una propuesta extraordinaria y ambiciosa: el ejercicio por parte de los pueblos y nacionalidades de la autonomía total del sistema intercultural bilingüe y la apuesta por la inter culturalización de la sociedad ecuatoriana en su conjunto.
Es una gran oportunidad para recuperar el estado que hoy adolece de un alto grado de putrefacción. Se puede organizar un nuevo estado democrático, plurinacional e intercultural. Es un reto inmenso y delicado que podrá ser enfrentado con la participación no solo de los indígenas.