La moderna antropología define al hombre como un ser en comunión, en diálogo con los demás. Sin los otros, seríamos islas, consumidos por nuestros intereses inmediatos o, simplemente, por nuestras falencias. Comunicar, poner en común, expresar, es la más excelsa de las acciones humanas. En las sociedades democráticas, libres y desarrolladas, la libertad de comunicación y de expresión se convierte en un derecho fundamental. Un hombre, un pueblo sin información, sin debate, sin opinión, es un hombre, un pueblo sin libertad. Cierto que el deseo y la necesidad de ser libres no puede eximirnos de la responsabilidad. La libertad, mal que le pesa a los ácratas del mundo, tiene que ser regulada por un estado de derecho que sea realmente garante de la dignidad y de la convivencia humanas. Ahí estamos: en medio de una lucha desigual entre la afirmación del derecho y de la libertad y la tentación estatista (cada vez más omnipresente) de querer controlarlo todo. Quien así actúa une necesariamente el control al adoctrinamiento y a la sanción.
Leyendo el proyecto de Ley de Comunicación me asaltan dudas: el manejo, parece que punitivo, de la responsabilidad ulterior; la posibilidad de censura previa a través de la aplicación del derecho a la rectificación y a la réplica; la creación de un consejo de regulación manejado desde instancias e intereses del poder; la transformación de los medios públicos en estatales, es decir, en instrumentos ideologizados del poder de turno; etc.
En este y otros temas urge el debate abierto, expresión de una auténtica participación ciudadana. ¿Es suficiente invocar los votos obtenidos y usar el argumento del mandato? Yo creo que no. Los resultados electorales no son patente de corso para aplicar el rodillo y convertir las leyes positivas en un “trágala”. La discusión de las leyes tiene que ir más allá del hemiciclo de la Asamblea, tiene que llegar a todos los actores sociales. Además, hablamos de una ley que van a aprobar muchos asambleístas que no han participado en el debate, que actuarán más en función de la disciplina que de su análisis ético y jurídico. Guste o no a quienes apuestan por la eficiencia frente a la libertad, la doctrina social de la Iglesia preconiza el valor de la dignidad, de la ética y la libertad de las personas y de los pueblos por encima de cualquier proyecto partidista.
Viajando en carro leo la propaganda del Régimen que dice que libertad es tener buenas carreteras, salud o escuelas. No es verdad. La libertad se basa en tener derechos, justicia, inclusión y equidad, en poder expresar tu pensamiento y defender tus ideales, creencias y convicciones sin limitar tu libertad, siempre en el respeto del derecho ajeno y de la libertad del otro.
Hoy, lo que está en juego no es sólo el derecho a expresarse en libertad, sino el modelo de sociedad. Una vez más, la ley quedará condicionada por su puesta en práctica. Quiere decir que quien padece tendrá que seguir escrutando y valorando qué significan las palabras, cómo se cumplen las intenciones.