“El nacionalismo permite despreciar a los extranjeros, engañarlos y ofenderlos” escribió Agustín Barruel (1741-1820), citado por Rodrigo Borja, quien a su vez, en su Enciclopedia de la Política, añade que otra acepción puede ser “la exacerbación del sentimiento nacional generalmente acompañada de xenofobia y belicismo”, aclarando que siendo un término equivoco también puede significar “adhesión y lealtad a la causa nacional frente a las asechanzas extranjeras de naturaleza política, económica, militar y cultural, hasta llegar a un chauvinismo irracional”.
Pero cuando Trump se declara “nacionalista” mas bien es una posición nacional-populista, una expresión de la derecha alternativa en un discurso electoral con argumento ganador como político obsesivo contra la inmigración y como empresario que rechaza a la globalización porque, a su juicio, está perjudicando a la economía de EE.UU., por lo que debe defender y crear más puestos de trabajo, como en efecto lo está haciendo.
Esto contradice lo que ha preconizado esta potencia mundial, desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944, de los que emanó la decisión de implantar el multilateralismo comercial para evitar que impere la ley de la selva en el intercambio de bienes y servicios, para lo cual se creó el Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT por su siglas en inglés), hoy Organización Mundial de Comercio, la que hace una semana pronosticó -debido a la política de Trump- una baja del 7% del comercio mundial que disminuirá el Producto Interno Bruto mundial en un 1,9%.
Esta posición unilateral de Trump no solo le sube en las encuestas internas (hoy disfruta del 47% de apreciación positiva) sino que le aumenta el poder de negociación mundial de los EE.UU., que de suyo es gigantesco por tratarse de la mayor potencia económica y militar del orbe, con lo que logra la satisfacción de sus exigencias en materia comercial frente a México, Canadá, China, Europa y todo país que le pueda afectar a los resultados en cuanto a inversiones en su territorio. Lo cierto es que mientras el capital del Norte no venga al Sur, la mano de obra seguirá yendo al Norte incontrolablemente y, en la medida que Trump gobierne con la pasión nacionalista y soslaye a la razón del resto del mundo, no se podrá evitar el impacto negativo al progreso de la mayoría de seres humanos.
Pero cabe recordar que la política discriminatoria de los EE.UU. no es nueva y ya se manifestó en 1972 cuando excluyó de su Sistema de Preferencias Comerciales a los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo que habían osado ponerse de acuerdo para negociar conjuntamente un precio mejor para el barril de petróleo que en ese entonces era de 3 dólares por barril, lo que también afectó al Ecuador que fue excluido durante 7 años de esas preferencias hasta que se