El Ecuador está recibiendo un importante influjo de migrantes venezolanos. Los principios centrales que deberían guiar nuestro comportamiento hacia ellos son la generosidad y el orden.
Y cumpliendo estos principios sabremos que somos “humanos” (en el mejor sentido de la palabra) y podremos frenar, desde antes de que surjan, a los populistas xenófobos que necesariamente surgirán en una coyuntura como esta.
La generosidad tiene que estar en recibir a los migrantes lo mejor que podamos, dentro de las estrecheces presupuestarias que vive el país, es decir, habrá que dar a quienes vengan algo de comida, algo de techo, etc. Y si lo que quieren los venezolanos es ir al Perú, probablemente, lo mejor sea facilitar ese viaje. Y por generosidad no se puede cerrar la frontera o poner requisitos imposibles de cumplirse, entre otras cosas, porque teniendo un gobierno tan destructivo como el de Maduro, los venezolanos vendrán con o sin pasaporte y pasarán la frontera por Rumichaca o por los pasos de contrabandistas.
El orden debe estar en ser muy meticulosos en registrar quién entra a nuestro país y en exigirles la mayor disciplina posible. Tenemos que saber quién entra, tenemos que ser generosos con ellos y tenemos que exigirles que cumplan, a rajatabla, nuestras leyes.
Y tenemos que olvidarnos del uso de pasaportes o cédulas como forma de registro de quienes entran al país, porque esos documentos son demasiado fáciles de falsificar, por lo que es necesario implementar algún sistema de registro de huellas digitales (o de retinas) que evite los fraudes. Y hay que registrar a todos y cada uno de los que entra, entre otras cosas para saber cómo ayudarles.
Porque hay que ayudar. Si bien la desgracia del pueblo venezolano es el resultado de lo mal que eligieron sus votantes, no podemos olvidar que nosotros también hemos elegido a ineptos que nos llevaron al filo del abismo. Nuestro sistema educativo sí puede recibir a unos pocos niños venezolanos y el sistema de salud sí puede dar ayuda básica a los más necesitados.
Pero por más necesitados que sean, si no cumplen nuestras leyes, pues perderán el derecho a nuestra generosidad y deberán regresar a su país. Y si la ley no lo permite, habrá que cambiarla para que se pueda deportar a cualquiera que arme un campamento informal o se dedique al microtráfico de drogas. Y en eso hay que ser implacables.
Si no somos implacables en exigir que nuestras leyes se cumplan, vamos a sentir que se está abusando de nuestra generosidad y esa sensación será tierra fértil para xenófobos que ganen votos incitando el odio. Ese odio, sumado al sentirse abusado, puede sacar lo peor de cada ser humano. Generosidad y disciplina nos ayudarán a evitarlo.