Nunca sabremos en detalle todo lo que pasó. Todo lo que se tramó, urdió y planificó para dar un nuevo zarpazo a la democracia.
A medida que aparecen más evidencias comienza a aclararse este macabro plan de desestabilización, el cual tenía como principal objetivo echar del poder al presidente Lenín Moreno y frenar los juicios de corrupción que debe enfrentar Correa.
Esto se concretaría provocando un gran estallido social, generando el caos y saqueos, interrumpiendo vías, causando desabastecimiento de alimentos, cortando el surtido de agua potable en las ciudades, etc. Esto, en efecto, se dio. Pero no fue producto de la improvisación. Todo estaba debidamente planificado. Justamente desde el momento en que el señor Patiño habló de dar inicio a la “resistencia combativa, de tomarse instituciones públicas, de cerrar caminos…”
Y aunque si lo intentaron antes, la eliminación del subsidio al diésel y gasolinas fue el escenario ideal para activar lo planeado. Todo lo que pasó luego ustedes lo conocen. Paro de transportistas (buena parte de esa dirigencia fue puesta en época del correísmo). Movilización de organizaciones indígenas y de trabajadores. Toma de Quito.
Pero cuando acertadamente Moreno decidió mover la sede del Gobierno a Guayaquil, optaron por otras estrategias. Se bloquearon vías en al menos 28 sectores de la capital y otras zonas del país.
Ante el agravamiento de la crisis, el expresidente Correa, sin mayor argumento, planteaba la renuncia de Moreno y el adelanto de elecciones. Su bloque en la Asamblea Nacional presionaba para que se convoque de manera urgente a reunión del Pleno. Supongo que para seguir un guión conocido por todos: constatar la ausencia en el cargo del Presidente y buscar su reemplazo. Aquí tuvo un papel clave César Litardo: no cedió a las presiones.
Pese a que Fuerzas Armadas no le quitaron el apoyo al Presidente, se cuidaron mucho de no involucrarse. Por ello no entiendo al presidente de la Conaie, Jaime Vargas, al pedir la renuncia del ministro de Defensa. Tampoco de la ministra Romo.
Aunque el presidente Moreno cedió, ya que la situación pudo recrudecer, brilló por su vocación democrática y de diálogo. Lo reprochable fue la actuación de la dirigencia indígena y del propio Vargas. Aunque quieran desvincularse a último momento del correismo, viabilizaron un golpe de Estado. Y lo hicieron a costa de poner en jaque a todo un país. Los indígenas no ganaron. Forzaron a derogar el Decreto 883 pero en pocos días echaron abajo todo un proyecto inédito de cambio y democratización que se forjó desde 1990. Si el correismo envenenó y envileció el alma de parte de los ecuatorianos, Vargas agrandó las contradicciones. No es nadie para hablar en nombre del pueblo. Peor para dar clases al país de honor y moral. Debería, al contrario, junto con los artífices de este golpe, ser procesado por subvertir el orden. El ser indígena no le exime de ello.