La telenovela entre Deep y Heard se quedó como un problema de sexos: “los hombres matan y maltratan a las mujeres por odio”, y por el otro: “las mujeres son histéricas”. Llevando el problema a una guerra de sexos y dejando el asunto principal como algo secundario.
Poner al odio (misoginia) como asunto central es desconocer o minimizar las causas sociales, políticas, económicas que la generan. Creer que solo se trata de resolver el odio o de cambiar las masculinidades, es dejar intacta la raíz del problema. El odio es una consecuencia y no una causa, por ende, la solución es sistémica, ontológica y epistémica. El discurso de ciertas feministas de que el problema es la misoginia, no busca una acción integral, por el contrario, desvía de la cuestión matriz.
Lo mismo pasa con los suicidios. Los hombres lo hacen más que las mujeres, en una relación de 8 a 2. Se suele decir que es un problema de salud mental y que es necesario más atención médica. De igual manera, se quedan en las ramas y no van a la base que está en el sistema de vida constituido.
Los países con menos desigualdades en el mundo son los que tienen menos femicidios. Latinoamérica es la región más desigual del mundo y es la que tiene la tasa más alta de femicidios. Hablar de odio, es creer que los hombres nórdicos odian poco y por eso matan menos.
Igual sucede con la crisis climática. Muchos dicen que el problema es el ser humano, que es el peor depredador. El problema no es el antropoceno, sino el capitaloceno. Ahí está la causa y si eso no se resuelve, será todo cada vez peor. Y la salida no es el socialismo, sino un sistema comunitario que respete todas las formas de vida.
El discurso del odio, de unos y otros, es un discurso a favor del sistema y su perpetuación. Seguir solo hablando de misoginia, es complicidad. Antes era visto como un asunto de clases, ahora de identidad y de género. Cuando el dilema es integral. Y solo allí, habrá menos femicidios, suicidios, ecocidios, etc.