Hace poco pude visitar el Museo Nacional, el viejo Museo del Banco Central, reciclado y reorganizado y ahora hospedado en la Casa de la Cultura. Al terminar la visita, lo único que pude pensar fue ¡Qué alivio!.
Porque lo que hay ahora es un museo nacional, lindo, sistemático, ordenado, evidentemente muy pequeño, pero que refleja la evolución de las artes en el territorio que hoy es el Ecuador.
Mi anterior visita, en el 2019, fue exactamente lo opuesto, porque en esa época lo que había era un colección caótica de objetos de diferentes épocas que habían sido juntados en unas supuestas “líneas temáticas” totalmente indescifrables, en las que una Venus de la cultura Valdivia podía estar junto a una virgen colonial y junto a un cuadro de prostitutas de mediados del siglo XX.
Ahora, las Venus de Valdivia están cerca de otras cerámicas de esa cultura y de objetos de la cultura Chorrera que así, vistos dentro de su contexto y claramente ubicados en el tiempo, se lucen mucho más. Y la habilidad estética de los alfareros de Chorrera queda más evidente con un par de piezas extraordinarias (mis favoritas). Y se puede ver el contraste con Jama Coaque (no tan favoritas).
Un par de piezas incas e inca-españolas permiten la transición al período colonial donde realmente se luce la escuela quiteña. El período republicano tiene obras que van desde inicios del siglo XIX hasta la actualidad en lo que conforma un buen resumen de la pintura y escultura en casi 200 años.
Claramente el punto más débil del museo es su tamaño: ojalá la misma estructura pudiera ser dos o tres veces más grande, pero eso no quita el mérito de tener un museo del cual ya se puede estar orgulloso. Al salir oí a una chica joven decir que ya no le iba a dar vergüenza llevar a un extranjero al museo. Y tenía razón porque ahora daremos la impresión de ser un país modesto, pero sensato.