Hace muchos años oí la leyenda de que un conocido le había regalado la luna a su enamorada. El comentario iba acompañado de un “qué romántico” de alguna niña de la época. El problema es que el regalo nunca se concretó y la señorita en cuestión no es dueña de la luna.
Y es que ese tipo de ofrecimientos no pueden concretarse. Así de sencillo. Ese joven, visto como “romántico” en su momento, hizo una promesa incumplible. Afortunadamente para él, no lo hizo ni por escrito ni frente a las cámaras de todos los medios de comunicación.
Ahora, imagínese un gobierno que enfrenta una enorme presión social, manifestaciones, paralizaciones y que está obligado a hacer concesiones frente a una lista de peticiones que, cada una, implica la entrega de una luna. No le queda otra salida que comprometerse con la entrega de varias lunas.
La diferencia con la romántica historia inicial es que esta es una exigencia y su aceptación es pública, por escrito y frente a la TV. Pero eso no la convierte en más cumplible.
Un ejemplo es la focalización de los subsidios a los combustibles. Para focalizar un subsidio es necesario quitárselo a todos, excepto a unos pocos que lo van a seguir disfrutando. Eso significa que, para focalizar el subsidio al diésel, habría que subir su precio a casi cinco dólares, para luego focalizar el acceso al diésel barato para un reducido grupo de gente. En otras palabras, implica hacer algo imposible, tan imposible como regalar la luna.
Pero aquí el problema es doble: de quienes pidieron algo imposible y de quienes se comprometieron en hacerlo. Es más, hasta podría pensarse que los que lo solicitaron siempre sabían que era algo incumplible.
Y si pidieron algo imposible era para poder gritar “incumplidos” y luego usar eso como justificación para lanzar piedras cuando no les entreguen la luna.