La Iglesia Católica tiene la obligación y la enorme responsabilidad de llevar el mensaje de Jesucristo y exponerlo positivamente, sembrando optimismo y esperanza en el mundo cristiano, en medio de la profunda crisis de valores morales y éticos que existe, que han sido trastocados por las ambiciones de poder, el dinero y la corrupción.
No puede ser cómplice ni encubridora de una realidad inocultable, con la misma ceguera en la que se mantienen algunos obnubilados que siguen al prófugo en Bélgica, hoy procesado por cohecho en el primer caso de sobornos 2012-2016 y que dirigiera desde el poder una organización delincuencial, según la Fiscalía.
Hace pocos días tuve la ocasión de asistir a una misa en una de las Iglesias importantes de la capital y escuchar respetuosamente, junto con cerca de 120 personas presentes, el sermón de un padre académico, profesor universitario, miembro de una destacada orden religiosa, seria y de gran trayectoria en el mundo, que ha formado a prestigiosos sacerdotes. Escuché su prédica de viva voz, al igual que el resto de asistentes, entre ellos un general de la República, ex comandante de una institución de la Fuerza Pública.
En su intervención el cura en lugar de llevar un mensaje positivo y sembrar esperanza entre los feligreses, lo que hizo fue comparar la parábola del Evangelio para lanzar dardos sin piedad y denostar el trabajo del periodismo y los periodistas. Repitió y generalizó sus críticas mordaces al estilo de las sabatinas. Cualquier parecido, ¿pura coincidencia?
Lo más grave fue cuando se ensañó contra el rol de los periodistas. Tildó reiteradamente de inquisidores y comparó con los Tribunales de la Inquisición. Todas las profesiones tienen su papel, con aciertos y errores practicados por seres humanos. Sin embargo, las generalizaciones, como acostumbraba el autoritario, son perniciosas. Eso sería como decir que todos los sacerdotes, incluido él, son violadores y pederastas, lo cual resultaría irresponsable.
Qué pena que el discurso demagógico, sectario, populista, que ha dividido hasta las familias, haya penetrado también en ciertos curas para sembrar animadversión y confrontación en lugar de contribuir a la paz, la armonía, los acuerdos, el amor, la unión, el respeto a los demás, sin dar falso testimonio ni mentir, como reza uno de los mandamientos de Dios, lo cual no implica eliminar las diferencias, que son saludables en un sistema democrático. Cómo se puede envenenar a los fieles para que desprecien a los comunicadores, como impulsó el déspota durante su gobierno? Cuánto daño se hace repitiendo libretos calcados de maltrato a las personas cuando otro de los mandamientos enseña el deber de amar a Dios y al prójimo. Una cosa es la Iglesia con compromiso social y otra en la que unos incentivan el odio y la división.