En mi memoria (tiempo extraño, tiempo consumado), Estuardo Maldonado inclinado me exhibe el plato valdivia que en su reciente peregrinaje por la Costa ha descubierto. En sus manos, grandes como zarpas -con ellas había explorado tiempo y espacio, indemnes a pesar de lidiar con acero, ácido, fuego, piedra-, yacía el plato, y el sol como una araña centelleante, plantada en la mitad del austero comedor donde estábamos, zarandeaba por la multitud de líneas que se entrelazaban sin pausa tramando una celdilla perfecta (cuadrada) en el núcleo de la pieza sobre la cual reflexionaba el maestro.
Hace 30 años vino de Italia -su segunda patria- el gran artista. Vino para cumplir sueños del Ecuador, “la tierra de sus padres”. Legar su obra: dibujos, óleos, esculturas, hipercubos, inox color, encaustos, pasteles; su colección de obras de afamados maestros y su acervo de piezas arqueológicas -sus Valdivias, sobre todo, simiente y cimiento de su arte-. El verdadero maestro sabe dos veces: este axioma se evidencia en su magna creación. Nadie como Maldonado ha amado tanto nuestras raíces, nadie como él las ha fusionado tan magistralmente a su obra.
Para esta sucesión patrimonial lo había organizado todo: tiempos, exposiciones concertadas en nueve países -todos europeos, salvo una en México-, compromisos con coleccionistas de su obra. Luego de estas diligencias que exigían también la compra de un espacio físico para el museo que tenía en mientes -lo adquirió a pocos días en el Centro Histórico de Quito-, Maldonado volvería a Roma, donde dejó familia, fama y fortuna. Pero se arraigó aquí y sus sueños fueron devastados por una sucesión de presidentes, alcaldes y burócratas ajenos al arte.
Todo lo cuidaba con esmero: sus sobrias prendas de vestir, la frugalidad de su comida, su rigurosa gimnasia que empezaba a las cinco de la mañana, sus materiales de trabajo: lienzos, maderas, piedras, aceros, óleos, espátulas, cinceles… Su talante refinado y cordial se complementaba con enjundiosos conceptos sobre historia, artes, religiones, física, matemática…
Ciclos cargados de sabiduría y belleza los suyos. De la pintura metafísica de Carlo Carrà tomó sus esencias para rehundirse en nuestro ancestralismo. Luego fluyeron sus series “Del símbolo al dimensionalismo”, “Neoplasticismo”, “Geometrismo”, “Constructivismo”… Maldonado concilió estas vertientes (anclaje y vuelo que configuran toda creación visual superior) en su primigenia cultura americana, la Valdivia.
Módulos, estructuras ambientales y supercomponibles, como regio preámbulo de su hallazgo del acero. Los críticos y los públicos más exigentes quedaron absortos ante el prodigio de Maldonado: arrancar la poesía más pura a material tan extraño.
Pienso en la soledumbre en la cual el gran artista cumplió sus 90 años. Acompañado de sus hijos, sí, pero absolutamente inadvertido por todos los señores gobiernos desde hace 30 años.