La expresión viene del juego del florón, que seguramente no registran los Millennials. Se presta para ejercicios de análisis de nuestra surrealista vida social. Se podría utilizar, por ejemplo, para graficar el tortuoso camino del informe de un perito. O para describir la extraña ruta de corruptelas en obras civiles.
En la educación podría aplicarse, por ejemplo, a los casos de violencia. La pelotita pasa por manos de rectores, inspectores, sicólogos, autoridades, asambleístas, abogados, fiscales. Con semejante cambalache, se pierde el hilo… en qué estado están, quién encubre, quién sanciona, cuándo…
Pasar a otro la papa caliente, es casi una institución en la educación. El profe de quinto le culpa al de cuarto. La maestra de primero echa pestes a las preescolares. Las parvularias patean la bola hacia las familias. El bachillerato le cuestiona a la básica. La universidad acusa al bachillerato. El mundo del empleo incrimina a los estudios superiores.
Los ejemplos revelan un viscoso sello de nuestra cultura: la des-responsabilización. Razonamiento y habilidad para no hacerse cargo. De nada. De nada complicado o sensible. Para escabullirse y sacar el cuerpo. A todo. Nos encanta echar el bulto a otro. Siempre habrá alguien a quien culpar. Siempre algo que lo explica todo. Yo no fui, fue te té…
En el sistema educativo, esta lavada de manos, esconde un problemón… la desarticulación del sistema. Su cuerpo descuartizado. Los pedazos que vuelan separados. Explican en gran parte las críticas a los grados inferiores: programas incompletos, prioridades erróneas, desactualización. Cada maestro y nivel comprueba que sus nuevos estudiantes no están a la altura, no cumplen mínimos esperados.
El caso más dramático opera entre el bachillerato y las universidades, y entre éstas y el mundo del trabajo. La queja universitaria sobre el nivel de los bachilleres tiene sentido. La queja de los bachilleratos por desconocer las demandas superiores, también. Los dos mundos desfilan veloces sin mirarse. Dos ministerios disparejos administran el vértigo. Y todos perdemos, especialmente los estudiantes.
La desarticulación rebasa a los “quejudos” de lado y lado. Supera voluntades individuales. Involucra al sistema, a su estructura. Demanda proactividad del estado. Para crear condiciones, abrir espacios, promover propuestas. Los actores directos encontrarán las salidas.
Los esfuerzos de Senescyt y Ministerio de Educación son valiosos. Pero insuficientes. Los ajustes –cambios en evaluación, cupos, entrenamiento para pruebas, nivelaciones- no llegan al fondo y suman costo y tiempo. Es imperativo hundirse con nueva mirada y harta paciencia en los planes de estudio –currículos prescritos y reales- para tejer otro trayecto educativo. Integral, inclusivo, flexible. Para todas las etapas de la vida. Detengamos este juego perverso del florón social.