Luego del éxito del primer mundial de fútbol (Uruguay, 1930), el dictador Benito Mussolini presionó para que el siguiente se realizara en Italia. Empezó en 1931, con el fichaje de futbolistas sudamericanos de ascendencia italiana, a los que entregó grandes cantidades de dinero de las arcas fiscales; en 1932 sobornó al Comité Ejecutivo de la FIFA para que descartara la candidatura de Suecia y, una vez conseguido ese objetivo, se entregó con frenesí a construir tres de los ocho estadios en los que se realizó el encuentro.
Según cuenta la revista española ‘Muy historia’, también orquestó una intensa campaña publicitaria con afiches que representaban a Hércules con un balón de fútbol bajo uno de sus pies y realizando el saludo fascista. Ya en 1934, mientras se jugaba el campeonato, intimidó a árbitros, jugadores, seleccionadores y a equipos rivales con sus fuerzas de choque, los ‘camisas negras’, que estuvieron presentes en todos los partidos.
También amedrentó al presidente de la Federación de Fútbol, al que le ‘ordenó’ ganar el mundial. Y así fue, el buen equipo de fútbol que tenía y las tácticas empleadas por Mussolini llevaron a que Italia se quedara con la copa. De manera que este mundial se convirtió en la inspiración de Adolfo Hitler para organizar las olimpiadas de 1936.
En Francia 1938 Italia debía revalidar el título de campeón, en una situación política que anunciaba un nuevo conflicto bélico y la tensión se evidenció en los partidos. Por ejemplo, en cuartos de final los italianos vistieron camisetas negras en lugar de azules, en homenaje a sus fuerzas paramilitares, y realizaron el saludo fascista, pese al rechazo del público.
También en esa ocasión Italia jugó la final. Una hora antes del encuentro el entrenador recibió un telegrama de Mussolini que decía: “vencer o morir”. Lo compartió con sus jugadores, que ganaron 4-2 a Hungría, cuyo arquero, al hablar sobre la pérdida afirmó: “bueno, me he quedado sin la copa, pero he salvado once vidas”.