Todavía hay confusión y dolor. Todavía hay que separar la paja del trigo para explicar lo que está pasando, los ganadores y perdedores de esta trifulca nacional. Todavía no hay palabras que expliquen la catarsis vivida en doce días de lucha, de solidaridad, de resistencia indígena, pero también de penosos enfrentamientos, brutal represión, gritos desesperados, golpes, llantos, muertos, heridos, encarcelados, desaparecidos, disparos, nubes de bombas lacrimógenas y explosiones, guerra de nervios, enervamiento general, agresividad, odio, resentimiento.
Esa olla de presión del descontento, del hartazgo y de la desigualdad tenía que estallar. Solo necesitaba que se prenda la mecha de la discordia, esa discordia que fue alimentada y engordada durante más de una década, para que el país haga catarsis. Y en esa catarsis nadie escucha: todos gritan, todos se insultan, nadie respeta la opinión ajena. Todos tienen la razón y quieren imponer su verdad particular, su modo de ver y percibir las cosas.
Cada uno va con su bronca propia incluso, al momento de golpear la cacerola: unos la golpeaban por la paz, otros para hacer oír su descontento y, entre ambos bandos, no parece haber reconciliación, ni cuando se flamea la bandera blanca.
Esa catarsis deja ver las costuras de un país fragmentado en mil pedazos, con heridas profundas, en donde la brecha es cada vez más grande, en donde la pobreza y la exclusión son caldo de cultivo para la violencia, en donde las distancias entre quienes tienen privilegios y quienes no los tienen, impiden el mínimo entendimiento.
Esa catarsis evidenció el fracaso del llamado “diálogo nacional” convocado durante los primeros meses del Gobierno de Moreno y el rotundo fracaso del “Acuerdo nacional por el cambio” -liderado por el Vicepresidente y convocado antes de que se suelte el paquetazo-. A esa convocatoria no acudieron varios de los actores, ahora protagonistas de las jornadas de protesta, lucha y resistencia. Esa catarsis evidenció también el poder de las redes, de los mensajes falsos que convocaban a la anarquía y al caos, que hacían llamados a parar ambulancias y requisarlas, arriesgando vidas, o a lanzar piedras y palos contra carros de bomberos que intentaban apagar llamas.
En esa catarsis unos protestaban contra el FMI, otros, contra las políticas extractivas, contra el decreto, contra las medidas económicas, contra el desempleo o simplemente, contra los vecinos del barrio o contra el amigo al que había que insultarle y gritarle por tener un punto de vista diferente.
Esa catarsis puso al país contra sí mismo. Y después del cansancio y del desencanto, ese país se levantó a hacer minga, a acomodar adoquines, a limpiar parques. Pero en esa catarsis despertó el monstruo del racismo. Y a ese sí, hay que tenerle miedo.