En algún lugar, seguramente presagiando el final, una golondrina emigró unos pocos minutos antes de la muerte del príncipe de la canción.
Hombre de excesos, en definitiva nada mediocre, nos deleitó con una voz encantadora, puso en los corazones de sus fans las letras de Pérez Botija y Manuel Alejandro de una manera que muy pocos saben hacer.
No había visto la noticia, mi consuegra me envía por chat una nota que decía: “Qué pena Martín ha muerto José José”, suena un poco raro al no ser familiar o amigo mío, pero el conocer que su música y melodías fueron las que escuchaba desde adolescente, le llevó a pensar en mí cuando al enterarse del sensible fallecimiento.
Complejo fue definir este estilo musical ya que era una época donde Supertramp, Queen y Led Zeppelin ocupaban los tocadiscos de mis amigos, solo al Diego Ponce le gustaba Julio Iglesias y Juan Gabriel pero al resto no. Su música y algunas otras cosas me convirtieron en un hombre romántico, algo que pocas veces demuestro pero que en realidad está. Hoy los colores se tiñen de gris y solo queda saborear el dolor, te fuiste y nunca más te podremos volver a ver.
Excesos sin duda, el mayor que tuvo fue el amor empedernido por sus seres queridos, un amor desmedido por su madre y por sus hijos, un amante apasionado de sus esposas y un fanático cuidador de sus propias fans. Razón por la cual, a pesar de su desordenada vida y algunos conciertos sin terminar, ellas le perdonaban todo, ya quisiera Luis Miguel esa condición.
La noticia me cogió de sorpresa y recordé cuando allá por 1985 se presentó en Quito en dos lugares, una presentación privada en el Quito Tenis y una más pública en la Chorrera, fui a las dos y eran el mismo día. Ya en esa época le falló la voz un par de veces. Luego lo volví a ver en Guayaquil, creo que fue en el 2008. Llegaba a un hotel, de tarifa media, y lo encontré sentado en un sofá verde que había en el lobby, él vestido de blanco, lo acompañaban una señora y el periodista. La entrevista no arrancaba y yo me acerqué a saludarle, le expresé que era uno de sus fans y que su música me había acompañado siempre, me dijo siéntate y acompáñame. Éramos los 4, su carrera ya estaba afectada, terminó la entrevista, nunca supe quién era la señora, si era su esposa o alguien de su equipo profesional. Ella me extendió las gracias por la compañía, yo: las gracias las tengo que dar yo. Esa noche el concierto no terminó y se tuvo que retirar, la voz no le acompañó.
Una vida sin balance, más bien una gran montaña rusa, seguramente con muchas satisfacciones y también dolor, experiencias que sus compositores plasmaban en las letras de sus canciones. Nunca escuché si se arrepintió de algo, por suerte no tuvo la capacidad de enmendar porque el resultado seguramente no hubiese sido tan bueno.
Pepe nos enseñaste que amar y querer no es igual, muchos confunden, porque el que ama todo lo da y el que quiere pretende olvidar. Aunque no acostumbro, me sirvo un ron con cola a su salud, Maestro.