Con su enorme trenza sobre el pecho, vistiendo como si hubiera salido de casa para ir a la escuela, Greta conmovió al mundo entero al exclamar “¡Cómo se atreven!”. Lo hizo entre lágrimas al dirigirse a los líderes del mundo en Nueva York en la Cumbre del Clima en Naciones Unidas. En toda la extensión del planeta no hubo conciencia honesta que no se estremeciera: las indignadas palabras que esa frágil muchachita había pronunciado sin eufemismos diplomáticos ni hipócritas rodeos, resonaban en todas partes como un dramático reclamo a las generaciones adultas que no habíamos logrado lo que el sentido común señalaba como nuestra primera obligación: cuidar la casa en que habitamos. “Estamos en el comienzo de una extinción masiva –dijo Greta– y de lo único que ustedes pueden hablar es de dinero. ¿Cómo se atreven?”.
Tres días después, Bolsonaro inauguró con su discurso esa ronda anual de declaraciones pomposas y vestiduras rasgadas que es la Asamblea General de las Naciones Unidas. No aludió a Greta, desde luego, pero se ubicó en el extremo opuesto del debate universal sobre el planeta. “La Amazonía no es el pulmón del mundo” –dijo muy suelto de huesos, y agregó que la selva no había sido devastada ni consumida por el fuego. Más todavía, en una de las mayores pruebas de cinismo de los tiempos actuales, proclamó: “Es una falacia decir que la Amazonía es patrimonio de la humanidad”, y reiteró su intención de iniciar la explotación de los minerales que se esconden en las entrañas de la selva.
¿Cómo se atrevió el señor Bolsonaro a ofender de manera semejante a toda la humanidad? Lo dijo Greta de manera transparente: los grandes líderes del mundo (y también los pequeños líderes de países pequeños como el nuestro) solo saben hablar de dinero. ¿Qué hay oro en las montañas o en las selvas? A explotarlas, pues, porque “de oro se hace tesoro”, como escribió Colón.
Lo que Greta puso en evidencia con mayor claridad que cien tratados, es que la humanidad está enferma. Si durante muchos siglos supo vivir en armonía con la naturaleza, al entrar en la modernidad lo hizo en las alas de un sistema económico y político cuya ambición desbocada solo busca el lucro: para lograrlo, no ha vacilado en convertir a la naturaleza en una fuente supuestamente inagotable de riquezas, sin entender que la naturaleza tiene que ser constantemente renovada. La consecuencia está a la vista: una naturaleza agotada que empieza a trastornarse, que sufre temperaturas inusuales, que tiembla en todas partes y deja muerte y destrucción, que embravece los mares y provoca tempestades y tormentas, que acumula basura en quebradas y ríos, en el espacio y los mares, y que trastorna a los hombres hasta hacerles olvidar todas las formas de relación que no sean la competencia y la violencia. Debemos agradecer a Greta por su valor. Y por hacernos sentir vergüenza.