El malentendido de lo popular
La “lógica de lo popular” atraviesa la política, pervierte el sentido de la dirigencia, condiciona la forma de pensar y el modo de hablar, influye en la academia, inunda de populismo muchos foros, incluso la universidad, y transforma casi todo en perpetua campaña electoral.
Ser impopular es pecado mayor. Decir la verdad es “políticamente incorrecto”. Plantear soluciones realistas, es disparate. Sugerir la inviabilidad de subsidios y otras prácticas contrarias a la economía sana, significaría salir de la trinchera de la hipocresía, y exponerse a las balas de esa retórica “popular” que carcome la democracia y la transforma en una sucesión de eventos electorales, episodios en los que, con las excepciones de rigor, los temas de fondo se sustituyen por la habilidad para hacer retórica de todo y de construir, a base de propaganda, agendas ideales por las que vota la gente, a sabiendas de que nunca se cumplirán, porque una cosa es guitarra y otra cosa con violín.
La idea de la venta de la felicidad a todo transeúnte y al más remoto ciudadano, condiciona de tal modo la conducta, que hasta las entrevistas adquieren un inconfundible tonito de discurso y las pantallas de las televisoras empiezan a parecerse al balcón que reclamaba un caudillo. El populismo es el aire que respiramos. La propaganda es la mentira que contagia y la audacia que impresiona.
El sondeo marca la vida política de países y personas, es la “moral” que reina, es la lógica que transforma la ideología en anuncio de campaña, y la que hace posible que, incluso algunos rotundos intelectuales, se hayan transformado, sin drama ni vergüenza, en vendedores de humo.
Sobre las instituciones, la Ley y otros conceptos que pertenecen a la cultura política de más antigua prosapia, lo que prevalece ahora, hasta en las viejas repúblicas, es la “moral del sondeo”, que mide la “verdad política” y guía la conducta de los candidatos a todos los cargos. El mundo es el escenario donde triunfa el mejor actor. La ideología es, apenas, la música de fondo de ese gran teatro donde prospera la ficción. El universo es un mercado, por el que transitan los mercaderes de las famas, los que han hecho posible que “Cambalache” haya dejado ser un buen tango protestón y se reafirme como una crítica feroz y certera de la vida pública, y de la privada.
Sin embargo, tarde o temprano, inevitablemente, caen los telones de esa comedia en que se ha convertido a la república, y quedan a la vista la tragedia, el hambre, la persecución, la liquidación de las sociedades, como en Venezuela y en la Nicaragua sandinista. Y como ocurrió en todas las “democracias populares”.
El Ecuador tiene ahora la oportunidad de migrar del desaforado populismo que sufrimos, a la sensatez, y del Estado de propaganda a la verdad.