Karl Popper preguntaba: «¿Debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a tolerar a los intolerantes?» Y en La sociedad abierta y sus enemigos, dijo que la paradoja de la democracia consiste en «permitir a los enemigos de la democracia utilizar la maquinaria democrática con el único propósito de derrocar la democracia».
Ahora podemos insistir que la grandeza y la desdicha de la democracia, es tolerar y aguantar a quienes utilizando las libertades que les garantiza la democracia, a la que desprecian, sólo buscan su destrucción.
Hace dos años, lo que asomaba como una legítima movilización indígena capitaneada por los señores Jaime Vargas y Leonidas Iza, terminó siendo la más cruenta y brutal agresión a la dignidad de la persona humana, el irrespeto a la fuerza pública, la violación de principios constitucionales y el cometimiento de varios delitos que se encuentran tipificados en el Código Orgánico Integral Penal (COIP): paralización de servicios públicos (artículos 204 y 346), con el
intento de cortar el servicio de agua para Ambato, y envenenar el líquido vital; robo (art. 189); asociación ilícita (art. 370); delincuencia organizada (art. 369); daño a bienes ajenos (art. 204); ataque o resistencia (art. 283); sabotaje (art. 345); secuestro (art. 161); terrorismo (art. 366); intimidación (art. 154); e incitación a la discordia entre ciudadanos (art. 348).
No respetaron la Constitución ni las leyes, ignorando los principios de legalidad y el de la igualdad ante la ley. Confundieron las nacionalidades con la demencial idea de crear más de un Estado, cuando en el mundo se reconocen más de cinco mil nacionalidades, pero no más de doscientos estados.
Uno de los dos lideres, extraviado ideológicamente, dice inspirarse en el socialismo de Mariátegui, el mismo que cautivó a Abimael Guzmán y Sendero Luminoso en Perú. Ahora reitera ampararse en el “derecho a la resistencia”, figura de raíz medieval elaborada contra las viejas monarquías, incrustada en la pintoresca Constitución de Montecristi, como pieza de rusticidad estrafalaria del socialismo del siglo XXI.
Dos años y los responsables de la violencia no han sido juzgados ni sentenciados. Una sociedad democrática no se construye con piedras, palos y violencia. Tampoco con excesos de la fuerza pública.
La democracia se edifica acatando la ley, respetando la diversidad y el pluralismo. Esparciendo confianza y sentido de pertenencia a valores comunes.
Ahora, el señor Iza inflado de vanidad y egocentrismo pide amnistía, pretendiendo cosechar impunidad. Pero
como si eso fuera poco, anuncia que un “nuevo octubre regresa”. En este escenario recuerdo una frase de Edmundo Burke: «Hay un límite donde la tolerancia deja de ser virtud».