Parecería que esta pandemia no se quiere ir. Pero, al menos, cada vez que vuelve, lo hace con menos fuerza, aunque las cicatrices que ha dejado se quedarán para siempre.
La pandemia nos ha atacado al Ecuador en cinco olas y en cada una, el número de defunciones fue superior al “usual”, por lo que la letalidad de cada ola se puede medir en “defunciones inusuales”. Afortunadamente, cada ola ha sido menos letal que la anterior.
La primera ola, la pesadilla inicial donde parecía que el mundo se caía en pedazos, fue entre marzo y junio del 2020, afectó sobre todo a la Costa sur y segó la vida de unas 24 000 personas. Mientras tanto, la segunda ola, entre mayo y octubre 2020, produjo unas 12 000 defunciones inusuales y afectó al resto del país.
Si se ve los datos de las variantes del virus, estas dos primeras olas coinciden con la variante original del virus que se habría llevado un total de 36 000 vidas.
La tercera ola coincide con los reportes de la variante delta, arrancó en enero 2021 y continuó hasta agosto 2021. Esta ola causó unas 25.000 defunciones por encima de lo normal.
Luego vino la cuarta ola, la que coincidió con los reportes de la variable ómicron y que habría causado algo más de 7.000 defunciones adicionales entre diciembre 2021 y marzo de este año 2022.
Finalmente, desde fines de mayo de este año se ve un cierto repunte en las defunciones que coincide con reportes de nuevas variantes y que, quizás, sean una quinta ola que habría producido algo menos de 2.000 fatalidades. Esperemos que esta sea la última, porque en total, habría algo más de 71.000 defunciones en las cinco olas.
Hoy sentimos al país tremendamente convulsionado; sentimos que la sociedad está loca, que algo está fuera de su lugar. Puede ser que lo que estamos viendo sea, al menos en parte, el resultado del trauma que significa, para una sociedad, el haber perdido a tanta gente en tan poco tiempo.