En el internet circula una petición para prohibir el uso de animales de carga (burros, mulas y caballos) para el transporte de turistas en la laguna del Quilotoa. Prohibir, prohibir, prohibir. Si algo no me gusta, hay que prohibirlo. No es pensable mejorar lo existente; si me disgusta, hay que prohibirlo y punto.
Pero esa actitud no nos lleva a nada, además de que es un atentado contra muchas libertades.
La última vez que estuve en el Quilotoa vi los animalitos que subían y bajaban turistas y no acepté la oferta de usar uno (sobre todo por el orgullo de hacerlo por mi cuenta). Pero había gente que los usaba y había arrieros ganándose el pan de cada día con esa labor.
Parecería que ocasionalmente puede haber maltratos a los animales, según dice la petición, porque también transportan personas con sobrepeso. Puede ser y eso no debería pasar (aunque yo no vi ningún gordito en burro).
Este es un clásico caso en que lo adecuado para el bienestar de todos sería regular y controlar que no haya maltrato animal. Eso aportaría al bienestar de los turistas, de los arrieros y de los animales.
Claro que es menos espectacular que prohibir, pero permitiría respetar la libertad de transportar o ser transportado, sin incurrir en maltratos.
Hay más de 70 000 personas que han apoyado esa petición. Si cada uno pusiera un dólar al año, habría suficientes recursos para controlar perfectamente que las bestias de carga sean adecuadamente tratadas, mientras que no se ahuyente a los turistas.
Y algo más: si se llega a una prohibición absoluta, tarde o temprano los animales serán sacrificados porque se convertirán un costo y nada más.
Pero a nadie le importa la libertad económica o la posibilidad de los arrieros de ganarse la vida. Prohibir es lo más fácil, incluso si eso significa despreciar al próximo.