Donde la patria es querencia y apego

Cada vez que evocamos la patria acuden vivencias que nos sumergen en hondas emociones, sentimientos enlazados a una tierra, a una historia compartida, al recuerdo de una estirpe fundadora, a la legendaria saga de unos héroes que lucharon por la libertad de un pueblo. Todo ello nos dice que somos parte de algo grande, que pertenecemos a una patria. La patria implica la idea de la nación en su conjunto, no así lo que llamamos la patria chica.

La patria chica es, en cambio, apego y querencia, un sentimiento que conmueve. Es aquella tierra que nos vio nacer, el suelo que nos nutre y nutrió a los antepasados, está allí donde yacen nuestros muertos (“la terre et les morts” de Barrès); es el paisaje comarcano con su cielo, sus colores y perfumes; es la humilde aldea o la ciudad hidalga por cuyas plazas correteó nuestra infancia y cuyo carácter marcó para siempre nuestra forma de ser, hablar y alimentarnos.

La región azuaya es para los cuencanos su patria chica. Recordarla, como lo hago yo, desde la nostalgia del hijo pródigo que por azares de la vida debió alejarse de ella, es recuperarla desde la emoción, una forma de regresar, el “nostos” de la Ítaca distante. Y porque a la patria se la lleva en lo sensible del corazón, paradójicamente se la siente más cerca cuando estamos lejos de ella. El emigrante, aquel que se esfuerza en tierra ajena, nunca dejará de añorar la casa del padre que dejó atrás, el sabor que tenía el agua de su pueblo, la humeante sopa que la esposa le servía junto al fuego del hogar, el jolgorio de las fiestas de su barrio, en fin, y como decía Jean Giono, todas aquellas “vraies richesses” de la vida comarcana.

Una ciudad es un lenguaje presto a descifrarse.
Cuenca y su región son parte de la nación. El Ecuador no podría concebirse sin Cuenca y lo que ella significa en sus valores espirituales y morales. El cuencano se siente satisfecho de ser lo que es: amante de la paz y el orden, respetuoso de la ley, solidario, hospitalario y aunque no siempre tolerante. Hay rasgos de la comunidad azuaya que persisten con el tiempo: su rechazo a toda forma de tiranía, su convicción democrática, el ritmo laborioso de sus días y un sentido estético manifestado en sus artesanías.

Cada pueblo inventa el mundo de la vida, crea y recrea su parcela de existencia, elabora su estilo, teje su tiempo, su historia, su utopía, urde sus sueños. De ahí que lo valioso de Cuenca es que no ha extraviado su esencia, que es lo mismo decir, su alma. Por ello, destino histórico de la región azuaya ha sido buscar, por sus propios medios y con el solo recurso de su esfuerzo, el camino del progreso y su grandeza, el refinamiento del espíritu mediante el cultivo del pensamiento y la sensibilidad en el aprecio de las letras, las artes, el derecho, la ciencia y la tecnología.

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