En la ‘vieja normalidad’, todos los ecuatorianos éramos expertos en fútbol y política; hoy somos expertos en el covid-19, en sus tratamientos e incluso en las teorías de la conspiración sobre su origen. ¿En qué seremos expertos en caso de que lleguemos a vivir la ‘nueva’ normalidad?
Si dejamos de lado los ruidos que vienen de una de las partes más miserables de la conducta humana -aprovechar el sufrimiento ajeno para robar o para sacar provecho político-, podemos concentrarnos en algunas ideas que nos ayudan a atisbar cómo será la vida que nos espera en los próximos meses o años, no tanto como ecuatorianos sino como integrantes de una especie que, en sentido real y figurado, trastocó varios límites.
El nuevo coronavirus, dice alguien con no poca razón, nos puso en una situación que quizás es la que debíamos haber vivido normalmente, antes de expoliar los recursos y saturar al planeta con tantos desplazamientos y consumo. Más todavía: existe la bien argumentada idea de que el virus no se irá mientras no nos acostumbremos a vivir como ahora, usando la tecnología y sin arrasar.
Desde luego, esa es una parte de la realidad. Hay gente que no tiene tiempo para estas reflexiones y debe vivir el día a día: salir a la calle a tratar de escurrirle el bulto a la pandemia para llevarse algo a la boca. Y justo a través del chaquiñán entre esas ideas y esta realidad es como llegamos al meollo del asunto.
Necesitamos un nuevo contrato social, más allá del engañoso acuerdo entre las partes que le permite al Estado dejar el peso de la crisis a las empresas y a los ciudadanos, al tiempo que reparte el déficit de institucionalidad a los municipios. No. Se trata de un comportamiento que involucra a estados, mercados y comunidades, a escala planetaria y local.
Desde hace varios años se viene planteando que la responsabilidad corporativa en verdad ha sido más un asunto de mercadeo que de sostenibilidad. Esta solamente es posible cuando las corporaciones, dueñas de los mercados y del desarrollo tecnológico, establecen relaciones justas con las comunidades, bajo la supervisión de estados serios.
Se habla mucho de que el multilateralismo quedará golpeado después de esta época en que nos hemos dedicado a sobrevivir hacia adentro, pero no es ilógico pensar en acuerdos globales en que los grandes jugadores del mercado y la tecnología den paso a una etapa de real inclusión de las comunidades.
Ya antes de la llegada del covid-19 estaba claro que el inicio de la cuarta revolución industrial halló un mundo inequitativo e insostenible que abriga frustración y furia. La creciente idea de una renta universal depende de los estados y puede borrar la iniciativa individual, al estilo de los modelos socialistas. Pero un mundo más equitativo alrededor del mercado y con verdadera inclusión de las comunidades es factible… y necesario.