Hemos llegado a unos extremos inimaginables de desgobierno que en dos meses no se pueden corregir, pero si al menos evitar que se profundicen. Para empezar, ídolos de barro, y otros ni eso, han descendido bruscamente a la deshonra. En mi último artículo hablé de la “farsa” en que había caído el Ecuador. En pocos días ha vuelto a caer, esta vez en la “vergüenza”. Periodistas prestantes, cuya integridad no se cuestionaba, comprados a punta de vacunas privilegiadas. ¿Cómo podrán ser objetivos en sus comentarios respecto del Gobierno que les ofreció la vacuna salvadora antes que el personal sanitario -médicos, enfermeras, camilleros, personal de limpieza- que si se juega la vida todos los días frente al covid 19? Y junto a los periodistas otros ciudadanos igualmente sumisos a los favores del poder al que parece sirven.
Nadie confiesa ni asume responsabilidades. Un nuevo ministro de Salud después del escándalo del anterior, que se niega informar sobre los nombres de los privilegiados y renuncia a los 18 días. El Presidente lo nombra y ante él, por supuesto, renuncia. El presidente Moreno designa a otro por los sesenta días que faltan que, según se conoce, ha tenido un prontuario judicial bochornoso.
Hay que decirlo: más responsable es el que ofrece que el que recibe. Quien ofrece induce a cometer la infracción o delito por interés, por amistad, por parentesco, en definitiva, por conveniencia. Aclaro, eso sí, que el Presidente y su entorno, así como los candidatos presidenciales deben estar vacunados por que el país los necesita en esta crítica coyuntura política que vivimos.
Pero al margen de este gravísimo incidente moral y ético, el Gobierno y su jefe no dan más. Hacen agua por todos lados y nadie les cree, ni aquí ni afuera, y no hay tiempo que perder. Ya logró Moreno descorreizar al inicio de su mandato algo de la Revolución Ciudadana y luchar contra enorme corrupción heredada, y hay que darle crédito por ello, pero no puede más. No logra proteger la dolarización porque no tiene fuerza política ni popular para persuadir a una Asamblea más que mediocre que pase una ley cuyo propósito apoya más del 70% de la población. No puede con la inseguridad ciudadana, ni con la situación carcelaria, en fin.
En una situación como esta no podemos desperdiciar dos meses; hay que encontrar la manera legal que permita adelantar la entrega del poder a su sucesor; nuevo, con credibilidad, ideas, equipo, que se encargue de esta nave que se hunde en la inoperancia y la inmoralidad.
Y para los que me siguen, reconozco que colaboré al inicio de este Gobierno cuando, iluso yo, creía que sabía a donde iba, pero me equivoqué y se fue a la deriva, sumiso a otros poderes, lleno de corrupción, de vanidad y soberbia y renuncié. Comprendí que todo era una farsa y ahora una vergüenza.