“Verdadero es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no son”, Platón. “Negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso, en tanto que afirmar lo que es y negar lo que no es, es lo verdadero”, Aristóteles (Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano).
Grecia, de la antigüedad clásica tenía una obsesión por la verdad. Por centenares de años fue el centro inspirador de su convivencia basada en democracia y el eje de su construcción como nación.
Como refiere la historiadora Catalina Balmaceda, ya por el siglo V a.C. se dieron los primeros intentos de superar la poesía épica y las genealogías míticas como únicas formas de conocer su pasado. Surgieron los primeros escritos basados en la investigación del pasado que dieron lugar al conocimiento histórico, la historia, instrumento fundamental para la práctica política y la educación: la enseñanza de la moral y las virtudes. Por esto la historia debía basarse en la verdad. Así Cicerón lo afirma con contundencia: “Porque ¿Quién no sabe que la primera ley de la historia es no atreverse a mentir en nada? ¿Y la segunda atreverse a decir toda la verdad?”… “La historia es testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida…”
La democracia está sentada sobre la verdad, la transparencia, la rendición de cuentas, la apertura, el flujo de información. Tales procesos le conceden solidez, credibilidad y legitimidad a cualquier gobierno.
La democracia sentada sobre la obscuridad, la trampa, no es democracia. Es un régimen de engaño y autoengaño, ilegítimo, débil y sin credibilidad. En tales circunstancias la falsa democracia para supervivir tiene que hacer uso de la arbitrariedad, el miedo y el autoritarismo.
El actual proceso electoral está contaminado de dudas. La mejor forma de despejarlas es a través de la transparencia, abriendo las urnas que deban abrirse. Tal conocimiento de la verdad generará tranquilidad y legitimidad a todo lo que venga. Así la democracia recobra bríos y se fortalece.
Pero, como en otras ocasiones las élites políticas optaron por dejar de lado la transparencia. El pragmatismo del poder elige no buscar la verdad. Cualquier leguleyada servirá para salir del paso y darle “sustento” a la maniobra política. Con esto ratifican no creer en la democracia… Una mancha más al tigre dirán… Pero no, muchos ecuatorianos y ecuatorianas están hartos de este guion. El próximo gobierno será débil e ilegítimo, agudizando nuestra condición de nación incierta y estado inviable, un conjunto disperso de intereses individualistas regados en un territorio que cada vez más pertenece a las grandes corporaciones.
La corriente social y política renovadora que ha despertado en estas semanas y que ha sido cerrado su paso, no permitirá que el país se hunda. Persistirá en la búsqueda de la verdad, la democracia y la prosperidad colectiva.