¡Vaya fecha para celebrar el Día del Maestro! Un 13 de abril que pasará a la historia. Un día en que la peste se ha adueñado de calles, hospitales, colegios y transportes. Que nos ha aislado de los demás, de los niños y jóvenes en especial. Maestros sin estudiantes de carne y hueso. Escuelas desiertas y silenciosas. Libros, pizarras, notas y demás símbolos en remojo.
Las celebraciones del Día del Maestro suelen exhibir dos discursos antagónicos. Uno que restriega en la cara todas las limitaciones de la docencia y convierte a los profesores en culpables en primer grado de todos los males educativos. Y otro que derrama una visión casi épica sobre la sacrificada labor docente… Ni lo uno ni lo otro. Ni el escarnio ni la heroicidad. Preferimos la visión profesional y ética, con reconocimientos y desafíos.
Los reconocimientos están a flor de piel, aunque no se dejan ver en toda su magnitud. Empezando con el compromiso para que la educación no muera ni entre en suspenso. Han debido insertarse para eso en la enseñanza virtual, con todas las condiciones adversas. La capacitación han tenido que solventarla con apoyo y sin apoyo del Ministerio. La incomprensión también ha sido un obstáculo; algunos proclaman que la formación virtual es menos demandante. No reparan que se trata de otra estrategia compleja que exige diseños, mecanismos, materiales, comunicaciones, asesorías distintas.
Los aportes docentes se han multiplicado. Han significado poner a disposición escenarios personales, reventar horarios de trabajo, consumir recursos familiares. Han supuesto interlocuciones intensas como estudiantes y familias. Se han extendido al apoyo sicológico, al uso creativo del tiempo libre, a la promoción de valores y hábitos claves: higiene, cuidado del cuerpo, nutrición… Aplausos para los maestros.
Los desafíos relevantes podrían ser al menos dos.
El primero, la construcción de un nuevo pacto entre la escuela y las familias. Los hechos nos han ratificado que los aprendizajes ocurren en todos los escenarios. Y que ni la escuela ni el hogar lo pueden todo en soledad. Cuanto más los valoremos y articulemos, mejores resultados obtendremos.
El segundo desafío alude a la recuperación del espacio como colectivo, como organización. Redefinir la representación docente para que sea legítima, solidaria, incluyente, democrática y eficiente. Para que asuma los temas gremiales y también los pedagógicos. El silencio, la delegación de la palabra y la dispersión son hoy predominantes. Al sistema le hacen falta voces variadas para caminar en consenso. Voces infantiles y juveniles, de la sociedad civil y de la academia. Y de los docentes.
Es tiempo de avanzar hacia la unificación organizativa. Que sean los 160 mil maestros los que decidan. En elecciones abiertas, transparentes, desprovistas de mezquinos intereses. Para que no nos falte ninguna voz.