“Dialogar” es un verbo que se ha puesto de moda. Designa entre nosotros una curiosa costumbre de hablar frente a otro después de haberse tapado con cera los oídos. El ejemplo más claro es el diálogo de sordos que ha sido provocado por una memorable sentencia de la Corte Constitucional acerca de lo que se ha dado en llamar “matrimonio igualitario”. Si los unos no quieren entender las argumentaciones religiosas de los otros, los otros se tapan los oídos ante las reivindicaciones jurídicas de los unos.
Un poco cansado de este falso dialogar que solo demuestra hasta qué punto hemos perdido la costumbre de comunicarnos (triste combinación de telefonía móvil, dictadura y mercado), me he puesto a leer un sabroso anecdotario que es al mismo tiempo una investigación histórica rigurosamente documentada. Su título es “Amor y sexo en la historia de Quito” y su autor es el doctor Javier Gomezjurado Zevallos, académico de la Historia y buen amigo, que me sucedió en la cátedra de Cultura Ecuatoriana cuando el anterior gobierno decidió que quienes habíamos cumplido 65 años ya no servíamos.
Quito tiene fama de haber sido un convento. Disputándose la gloria de redimir a los vencidos, las órdenes monacales construyeron templos majestuosos y enormes conventos en el mínimo espacio de una incipiente aldea. Por eso, Quito fue desde el principio una ciudad devota y corrupta, como todos los conventos. Si sus calles estaban empedradas con rezos, letanías y cilicios, sus alcobas estaban adornadas con fornicios. Las pesquisas históricas del doctor Gomezjurado lo demuestran, pues ha desempolvado innumerables historias picarescas que me llevan a preguntarme por qué los novelistas no han aprovechado ese rico material.
Capítulo especial es el de la homosexualidad, tanto masculina como femenina. La ha habido siempre, incluso en los pueblos prehispánicos. El doctor Gomezjurado lo prueba fundándose en fray Bartolomé de las Casas, Cieza de León, el Inca Garcilaso, Fernández de Oviedo, Guamán Poma de Ayala y otros cronistas; y a partir de la República, utiliza una bibliografía cuya enumeración ocupa nada menos que 26 páginas.
Con tan ricos fundamentos, el libro del doctor Gomezjurado muestra que, desde las prácticas lúdicas que bordean lo sagrado hasta la reivindicación del derecho a la identidad de género, luego de pasar por la agobiante condición de “pecado nefando” pero alegremente practicado en fandangos y en conventos, la homosexualidad ha sido en nuestras tierras tan constante como en todos los pueblos de todas las edades. ¡Cosas de la Naturaleza!
Quizá el título no le convenga del todo al libro del doctor Gomezjurado: un poquitín escandaloso para satisfacer al mercado. Quizá su título debió haber hecho relación a la ética de la sexualidad a través de nuestra historia. Tal vez para una próxima edición…