No me cansaré en afirmar que las relaciones entre los estados y organizaciones internacionales se basan en los intereses de las partes y no en afinidades político-ideológicas y menos aún en amiguismos personales que enceguecen las conveniencias de sus pueblos.
¿A qué viene este comentario? A una situación que atraviesa nuestro país y que resulta inadmisible en la gestión diplomática del gobierno. En diciembre de 2019, asumió el poder en Argentina Alberto Fernández, tras unas elecciones que nadie cuestionó y que su propio adversario reconoció caballerosa y cívicamente. Gustó a unos y disgustó a otros, esa es la democracia. A la ceremonia de asunción del mando, aparte de las invitaciones a las delegaciones oficiales que se cursan por los canales diplomáticos, el presidente entrante, invitó, como es usual, a otras personas cercanas a él, dirigentes políticos de otros países, amigos, en fin. Las máximas autoridades oficiales de esos países son libres de asistir o de delegar a otras, según el caso.
Dada la afinidad política y personal, el presidente argentino invitó al acto al expresidente Rafael Correa. Esta invitación molestó al presidente Moreno quien resolvió no asistir. Estaba en su derecho y hasta podía ser entendible. Pero ahí cometió un grave error, no delegó a ninguna autoridad de su entorno en Quito, sino que acreditó simplemente a su embajador en Buenos Aires. Innecesaria desconsideración y desplante al gobierno de un país amigo del Ecuador, comulgue o no con su ideología política. El representante diplomático ecuatoriano, del círculo de amigos del presidente y nada más, había sido designado pocos meses antes para reemplazar, de manera innecesaria, a un destacado Embajador de carrera que llevaba solamente dos años en esas funciones. Torpeza tras torpeza.
Y aquí viene la mayor: a comienzos de 2020 Argentina solicitó el beneplácito para su nuevo embajador en Quito. El representante del anterior gobierno se había retirado oportunamente. Y, créame lector, desde esa fecha hasta hoy Ecuador no ha respondido, no le ha concedido su aceptación para que el diplomático argentino propuesto pueda asumir sus funciones. Resultado: desde hace más de un año Argentina, ese gran país tan cercano al nuestro no tiene embajador en Quito. ¿No entiendo cómo es posible que tengamos tamaña descortesía? Inaudito y e inadmisible desplante de nuestro gobierno.
Vuelvo a lo dicho en el primer párrafo: ¿va en la línea de los intereses del Ecuador no tener el interlocutor titular de la Argentina en Quito?, ¿nos conviene generar un impase así con el gobierno de un país amigo? ¡Definitivamente no!
No estamos defendiendo nuestros intereses quizás por un capricho personal pero que no se compadece con las relaciones bilaterales de Gobierno.