Hay un contrato social, los ecuatorianos decidimos vivir entre nosotros. Entre todos acordamos formar un Estado que nos ayude a llevar a cabo la vida en común, nos permita planificar y proyectar un cierto nivel de bienestar. Se viabiliza la vida en sociedad; si alguien hace algo mal, se va a la cárcel, etc. Hay un acuerdo de ser un país, de dotarnos de nuestras propias normas, de hacer una comunidad.
Por supuesto, no siempre todos los que hacen parte de un contrato lo quieren respetar. Hay veces que uno quiere robar y no ser castigado. Puede ocurrir, y es grave, pero mientras el contrato se sostenga, tenemos un país.
Pero hay veces que viendo nuestra actualidad siento que no hay contrato. Entonces no hay normas de civilidad, de solidaridad, sentido de comunidad… no tengo yo nada que hacer por los demás (ni siquiera respetarlos) y ellos no tienen ningún deber conmigo. Consecuentemente, tendríamos un estado de naturaleza a lo Hobbes, cada cual por su pellejo, cada ser acechando y siendo un lobo para el prójimo, un caos no muy lejano a lo que tuvo que ser la vida de los primeros homo sapiens sapiens.
Pero yo tengo evidencias claras de que sí hay contrato. ¡Lo hay! Yo vi con mis ojos cómo Jorge Rodríguez Torres luchó contra la corrupción en este país. Él podía decidir no hacerlo. Él podía recluirse en la burbuja de sus amigos y familia, y no poner su vida y patrimonio en peligro. ¿Por qué emprenderse entonces? ¿Por qué sacrificar el recurso más preciado, el tiempo de la vida?
Kant señaló que uno es libre en la medida en que los instintos se restringen en aras de algo más. Si un ser obra en función de sus dictámenes egoístas e intestinales, no es libre, hace lo que el cuerpo le pide. La libertad existe cuando, a pesar de los impulsos internos, uno actúa por una causa superior; cuando uno rompe con las inclinaciones bárbaras que tenemos y tiene la voluntad de hacer algo que no sería una pulsión animal. ¿Qué hacía que Jorge Rodríguez se reúna, investigue, denuncie y se gane nuevas enemistades?
“Yo tengo que vivir aquí”, eso lo dijo hace escasas semanas, la última vez que nos vimos, frente a un extranjero a quien explicaba por qué se dedicaba a la lucha anticorrupción. Entonces yo sentí profundamente la existencia del contrato social. Somos un país. Tenemos que luchar por mantenerlo. Jorge Rodríguez se dejó la piel en eso.
No podemos abatirnos por el vacío que su partida parecería abrir. Hay que fijarnos en las evidencias que deja. No de verdades pequeñas, no causas mezquinas. Sino que no estamos solos. Esto no es una jungla. No somos mártires en una arena.
Y nuestra brega no puede ser cabizbaja. Exige ser altanera. Y su ejemplo de ahínco y persistencia nos demandará a que jamás nos dobleguemos, … sí, en seguida, solo que nos pase el nudo de tristeza en la garganta.